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Pedro Gómez Cuenca – Por Luis Ortega

   

Santa Cruz amaneció con prisa lánguida porque a la lenta resaca del verano que, con crisis y todo, fue pausa le sucedió la apertura del curso para los alumnos de secundaria y bachillerato y ese movimiento aceleró el pulso de los sectores urbanos que acogen a los centros y densifican el tráfico en las horas tasadas. En esas disquisiciones desganadas que acompañan los obligados retornos a las costumbres, un antiguo compañero de La Tarde me enseña una reproducción del cartel del próximo carnaval (Agüitaaa es su título y Juan Pedro Hidalgo su autor), requiere mi opinión y recuerda la muerte de un vecino inolvidable, cuyas andanzas en blanco y negro comenté para la televisión única, cuando el proscrito regocijo retornó bajo el eufemismo de Fiestas de Invierno.

Intento conciliar la criatura anunciadora -encajada en una estética que discurre entre el peluche y las fabulaciones digitales- con los domésticos protagonistas de unas jornadas de alegría y libertad posibles por la permisividad que garantizaba la lejanía a las autoridades locales y las incontenibles ganas de distracción y olvido y la carga de civismo del pueblo llano. Desde 1958, Pedro Gómez Cuenca (1927-2013) figuró entre los pioneros de aquellos desfiles, mascaradas, bailes y veladas que tenían el escenario múltiple del corazón urbano y la colaboración entusiasta de las sociedades culturales y recreativas. Madrileño de Cuatro Caminos y grabador de oficio, creció con las películas mudas de Charlot, creado por Charles Chaplin y que permaneció fiel a sus sencillos esquemas estéticos entre 1914 y 1936, cuando con Tiempos modernos (un enunciado casi profético) despidió al vagabundo galante e iracundo, pícaro y garrido, superviviente de unas coordenadas económicas y sociales de extrema crueldad y con un espíritu humorístico asociado a la solidaridad y la ternura. “Un hombre que buscaba lo que todos, el pan y la compañía”, como escribió el cineasta británico. Sólo desde la más profunda admiración a un personaje se le puede versionar con tanta ilusión y respeto, tanta mesura y acierto, tanta finura y oportunidad. Coetáneo de la resurrección de las fechas que colocaron a Tenerife en el mapa del turismo europeo, en compañía de su esposa Victoria, la imagen prestada y asumida, el icono ajeno, y sentido como propio, quedará para siempre inscrito en el imaginario de cuantos le aplaudimos.