VERÓNICA MARTÍN | Santa Cruz de Tenerife
Blanca Ramos llevaba toda la vida entre fogones. Su pasado tiene olor a caldo a fuego lento y a bizcochón de limón. Ahora, pasada esa edad en la que la vuelta al trabajo es realmente difícil, decidió convertir su gran pasión en su trabajo y hacerse empresaria. Es la directora de Arjé Cake Shop-Escuela de Cocina. Un centro ubicado en la santacrucera calle de Callao de Lima abierto a todos donde se cuecen muchas ideas, amistades, saberes y, por supuesto, sabores. Para esta entrevista no se ha vestido de moda como es habitual, sino que el complemento ha sido un bolso rosa elaborado precisamente para la ocasión. Seguro que mejora cualquier look.
-¿Cómo se inició en los fogones?
“Mi familia siempre fue de esas que se reunía por cualquier motivo y esos encuentros siempre iban en torno a una cocina. Recuerdo a mis tías preparando los menús porque íbamos a hacer una reunión con todos los primos. Un día me acerqué a mi madre y le dije que quería aprender y así me inicié, luego empecé a investigar por mi cuenta, a comprarme libros…”.
-¿Qué cocina es la que se respiraba en su casa?
“La cocina de mi familia es absolutamente tradicional canaria. Luego, como somos de viajar mucho, también fuimos trayendo cosas de fuera pero, de pequeña, lo más exótico que podíamos ver en casa eran unos espaguetis a la napolitana o una ensaladilla rusa… Los sabores y aromas de mi casa eran los más tradicionales: las carnes de todo tipo como conejo, cerdo o bistecs de res que nunca faltaron… mi madre también hacía unas albóndigas deliciosas y unas croquetas de bacalao y de jamón serrano… lo hacía todo a mano hasta unas natillas porque antes no había tanto producto pre-elaborado como ahora”.
-Qué hambre…
“Jajaja”.
-Y sin embargo… tardó bastante en dedicarse a esto profesionalmente, ¿verdad?
“Trabajé muchos años en el sector de la seguridad privada en una empresa familiar con mi marido y, también, en el mundo inmobiliario. Luego, pasé unos años de inactividad laboral porque me dediqué a cuidar a mis padres que estaban muy malitos y se lo merecían todo. Tras el fallecimiento de mis padres, quise incorporarme al mundo laboral y decidí que quería tener mi propio proyecto porque me di cuenta de que a cierta edad, ya no es posible encontrar un trabajo por cuenta ajena. Mientras cuidaba a mis padres, me fui enamorando aún más de la repostería y empecé a formarme. Viajé e hice cursos fuera y empecé a descubrir la repostería artística. Siempre me ha gustado el trabajo manual: he modelado en barro, en porcelana y he pintado en acuarela. Cuando descubrí que podía hacer todo esto en repostería, decidí formarme como instructora y llevar a cabo mi propio proyecto empresarial porque me di cuenta de que había mucha gente demandando cursos de cocina no solo para hacerse profesionales, sino por afición. Contacté con una empresa que me asesoró en la parte de seguridad alimentaria y tuve una suerte enorme porque todos los chefs a los que incluí en el proyecto se enamoraron de mi idea porque no había nada parecido”.
-Arjé Shop está muy abierta a la calle, algo que va intricadamente con la filosofía del proyecto. Se puede intuir que el hecho de que el local sea tan transparente no es casual…
“Por supuesto, cuando cogí el local no estaba como está ahora, había que hacerle algún retoquito: como soy una enamorada de la luz natural y como quería que la gente viera lo que estaba sucediendo aquí, abrimos unos ventanales muy grandes. El diseño del local como tal fue producto de mi cabeza y de las peleas con el aparejador. Todo está adaptado para moverse a la hora de que cambien las necesidades de la escuela, incluso la cocina tiene ruedas”.
-¿Cuál es la idea de esta escuela entre ingredientes de cocina?
“Gracias a los chefs colaboradores, elaboramos un calendario de cursos de todo tipo y, además, también somos pastelería por encargo para todo tipo de eventos y además vendemos productos de pastelería que normalmente no se consiguen para el público general sino para los profesionales. Dos años después, han pasado por aquí más de 800 personas”.
-¿Ha descubierto a una gran masa de aficionados a la cocina?
“Ni se lo imaginan. Pese a la situación económica para muchos muy triste, veo a personas que me dicen ‘llevo dos meses ahorrando para venir a uno de tus cursos’. Eso me emociona. Es una gran afición porque es algo voluntario, no forma parte de tu trabajo. Suelen venir muy emocionados y se producen tertulias divertidísimas después e, incluso, se intercambian contactos. Es toda una experiencia fascinante. También mucha gente viene para formarse pensando después en montar su propio negocio y ya lo han hecho”.
-¿Le resultó difícil o con la experiencia de su empresa familiar le sirvió para esta aventura?
“La experiencia siempre es buena, pero al cambiar de campo, cambia todo. Yo venía de dedicarme a la gestión de personal en una empresa de seguridad y era un trabajo más administrativo. Ahora es totalmente diferente, me estoy dedicando a la pastelería, coordinando las clases, encargándome de la tienda. Tengo que decir que en cuanto al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife o los permisos, todo fueron facilidades”.
-¡Es la primera empresaria a la que le oigo decir eso!
“Pues tengo que decirlo. Se me prolongó más la obra que otra cosa, eso tengo que decirlo. Pero los técnicos del Ayuntamiento y de Sanidad me lo pusieron muy fácil. Yo también hice las cosas con cabeza…”.
-¿Cuáles son los cursos que más éxito tienen?
“Lo dividimos en tres apartados: cocina, pastelería y cata de vino. El curso de corte de jamón es el que más éxito tiene y lo repito varias veces al año. Lo hacemos con un maridaje de vinos. Otra disciplina con mucho tirón es la cocina oriental y también la tradicional”.
-Mucha gente no ha podido aprender a cocinar en casa porque pertenece a una generación de padres muy ocupados, ¿son esos muchos de sus clientes?
“Sí, vienen de todas las edades porque hay personas que demanda cocina muchas veces por la supervivencia. Nosotros tenemos cursos para jóvenes, recetas de 20 minutos para estudiantes que se van fuera, por ejemplo. Tenemos el perfil del joven o de personas que no quieren comer fuera todo el día y necesitan las técnicas básicas. Luego está el que un día se plantea que quiere ver lo que pasa en la cocina y el que, entre semana, por su ajetreo diario no puede pero los fines de semana cocinar se convierte en su placer”.
-Los niños son también parte importante de su público… ¿son buenos alumnos?
“Los niños tienen verdadero interés en la cocina. Les encanta y cada período vacacional tenemos talleres para ellos. Lo bueno es que si aprenden a cocinar y los educas a comer bien, es una lección de salud. En estas clases hablamos de lo bueno que es en la dieta tener fruta y verdura, lo que significa comer zanahoria…”.
-En los últimos años se ha puesto de moda esa repostería creativa, ¿ha llegado al punto de la saturación? ¿Qué parte se quedará?
“Cuando una moda entra en el mercado con fuerza como ha sido la de la repostería decorativa, entra con un gran empuje y se suben al tren de la moda muchas personas: unas motivadas por la curiosidad, otras porque les interesa y otras porque les apasiona. Cuando pasa el tiempo y las modas se convierten en costumbre, se quedan en ella aquellos a los que de verdad les apasiona”.
-Esta moda viene de la cultura anglosajona. ¿Por qué los británicos tienen muy mala fama con respecto a su comida pero muy buena con respecto a su repostería?
“Puede parecer que viene de Estados Unidos pero no es así, ellos lo magnificaron y comercializaron pero el origen es británico. Es cierto, la repostería inglesa es muy cuidada tanto en su elaboración como en sus presentaciones. En cualquier casa, nunca se presenta de forma descuidada. A mí lo que me gusta es la fusión y esta pastelería mezclada con la española da un resultado maravilloso porque en España tenemos las raíces árabes, los almíbares, el huevo, los frutos secos, el hojaldre… todo eso se fusiona con la parte inglesa que es más grasa, con más mantequilla y especias… y el resultado es sublime”.
-Hay una cosa que pasa con esta pastelería que parece muy bonita, pero, en muchos casos, luego al comerla son muy secas o no están buenas, ¿qué opina al respecto?
“Es un problema de pastelería porque hay muchos que le ponen dentro solo un bizcocho. Nuestras tartas son por dentro como una tradicional con bizcocho, almíbar, con crema tipo mousse. Usamos cacaos del 73%, pralinés de avellanas, pulpas de fruta, mango… tartas que son muy bonitas por fuera pero dentro te sorprenden porque están muy ricas. Quizá sea uno de los secretos de nuestro éxito”.
-¿Dónde entra la pastelería canaria?
“En Canarias la pastelería no ha sido muy variada en ingredientes por el aislamiento que se vivió. Lo maravilloso de nuestras tradiciones es que luchamos contra las barreras e igual que ocurre con los agricultores que cultivan en montaña, el pastelero con muy pocos ingredientes es capaz de tener una gran variedad de productos. Aquí nunca faltó el azúcar de primera calidad porque había azucareras y molinos de harinas de trigo, garbanzo o millo. Había gofio, miel, leche, almendros… con eso el repostero -la abuela y el abuelo- elaboraba lo que podía mezclando esos cuatro ingredientes en cantidades diferentes y usando la imaginación. Me acabo de dar cuenta de que tenemos esa asignatura pendiente en Arjé. Me lo apunto”.