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La buena salud de la catástrofe – Alfonso González Jerez

   

Esta mañana escuché, confusamente, las voces y pitidos de una pequeña manifestación. Creo que pedían la independencia. La independencia política de Canarias. A mí estas cosas me impresionan mucho. Me refiero a la distancia epistemológica que siempre existe entre los eslóganes de los manifestantes -de cualquier manifestación- y la realidad. De hecho, en los últimos veinte años la manifestación, en lugar de una protesta cívica, parece que se ha convertido en una suerte de gimnasia conmemorativa. ¿Qué se conmemora? Pues las convicciones de los propios manifestantes. A esa hora, poco más o menos, Pérez Rubalcaba participaba en la reunión del comité regional del PSC-PSOE en la cual habrían de ser electos los representantes de la organización canaria para la Conferencia Política Federal que los socialistas celebrarán a principios del próximo mes. Los renovadores -más o menos encabezados por Gustavo Matos- no han quedado demasiado satisfechos. Ni siquiera ha sido posible modificar el sistema de elección de los representantes de la Conferencia Política. La actitud de Rubalcaba y del núcleo duro del aparato del PSC-PSOE es muy obvia: la reforma del partido, si es que algún día decidimos reformarlo, se hará desde arriba, y no olviden quienes estamos arriba del todo.

Cito las manifestaciones callejeras -como la celebrada también ayer en el centro de Madrid: Adiós mafia y hola democracia- y las reuniones de la depauperada socialdemocracia española como dos expresiones decepcionantes a un proceso que está en marcha: la transformación de la sociedad española (y canaria) dentro de la fábrica simbólica y material de la recesión económica y de la crisis laboral. Porque las políticas económicas, presupuestarias y laborales que se están articulando no son exclusivamente una reacción (inevitable o no) ante una situación de emergencia determinada: devienen, al mismo tiempo, circunstancias que crearán indefectiblemente otro modelo de relaciones sociales, empresariales y, al cabo, políticas e institucionales. Hace unos días, en una intervención poco afortunada, José Luis Centella, secretario general del PCE, se dirigía al PP para decirle que su mayoría absoluta en las Cortes no lo era realmente. Sin duda Centella se refería a los votos obtenidos por el PP en noviembre de 2011, pero la mayoría absoluta del PP, y su estricta legitimación electoral, está actuando como tal. A una velocidad asombrosa se está cambiando la piel -y las vísceras- del país a golpe de contrarreformas, decretos y presupuestos remedados cuando y cuanto haga falta. Los voceros más críticos no dejan de proclamar que el sistema político e institucional español se encuentra inmerso en una crisis estructural, pero resulta asombroso, de ser así, que continué sirviendo instrumentalmente con tanta eficacia a un programa político: el del partido que gobierna en el Estado y en la mayoría de las Comunidades autonómicas y capitales de provincia. Extraordinaria crisis esta donde todo parece desmoronarse pero que no ve ninguna fuerza organizada en la sociedad civil capaz de avanzar más allá de la denuncia y reclamar con un mínimo de eficacia y eficiencia un conjunto de reformas democráticas imprescindibles para garantizar una convivencia civilizada y no sepultar conquistas sociales consideradas obvias hasta anteayer. ecuerdan el viejo chiste de Woody Allen: “Marx ha muerto, Freud ha muerto, Dios ha muerto y yo, la verdad, no me encuentro muy bien”. La Monarquía naufraga en el descrédito, la partidocracia agusana vilmente todas las instituciones, la cooptación de los poderes del Estado y los organismos públicos refulge como una indecencia cotidiana, los peces gordos siempre encuentran amplias rendijas por donde escabullirse de sus responsabilidades civiles y penales, seis millones de desempleados y cientos de miles de personas en riesgo de exclusión social y lo que encontramos es una manifestación -imposible no simpatizar con ella- que corea sandungueramente “Adiós mafia y hola democracia” o un grupo de pibes que agita la bandera de las siete estrellas verdes. Pues no se las arregla mal este sistema político, institucional y simbólico para, en medio de su espantoso colapso, seguir adelante tan ricamente… Existen movimientos sociales y plataformas cívicas que han demostrado, en los últimos tres años, una capacidad real y congruente de intervención en la esfera pública, y a menudo, con unos resultados positivos: la Plataforma de los Afectados por las Hipotecas (PAH) es quizás el ejemplo más inmediato, por más que el discurso político de algunos de sus dirigentes pueda ser cuestionable. Pero todo este tejido asociativo -que tiene en las redes sociales e Internet nuevas formas de diálogo, organización y convocatoria- no ha conseguido, quizás no podía conseguir, amalgamar una fuerza social que, sumados o no a partidos y organizaciones tradicionales de izquierda, supongan una contribución a la participación política de una mayoría social crítica. Entre otras razones, por una fundamental: la mayoría social no es crítica -aunque masculle insultos todos los días al escuchar la radio o leer los periódicos- y no se sube al carro. Algo sin duda muy desagradable, pero constatable en los últimos tres años. La mayoría social es, en un país desarrollado, la clase media y media baja. Es el sistema en el que subjetivamente quieren prosperar o, al menos, vivir con cierta holgura. Es una amplísima y desigual clase social que ha vivido durante tres generaciones en el supuesto del crecimiento social, familiar y personal a través de la meritocracia, la ayuda mutua de la institución familiar y de políticas y programas de las redes sociales del Estado. Desconfían de los cambios y mutaciones acentuadas, se resisten a abandonar sus anhelos mesocráticos, descreen además -en España- de una clase política que se ha ganado a pulso su pésima imagen, pero que además fue puesta a parir durante más de cuarenta años por una dictadura feroz y cainita. Y esa extensa y deteriorada clase media se encuentra, al otro lado de la calle, con manifestantes que piden todo y lo piden ya, en virtud de un romanticismo político que observa al mundo con la crueldad y la chatura de una mirada adolescente: queremos república, renta social, aumento del salario mínimo, proceso constituyente, persecución de los torturadores franquistas, detención de los responsables de las cajas de ahorro, tribunales populares, condonación de la deuda pública, retroactividad en el pago de las hipotecas. Y en ese preciso momento esa clase media, devastada y exhausta, da la espalda a la manifa y se va a echar una lotería en el quiosco de la esquina.