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La destrucción del paseo de San Telmo, ¿en bien de qué? – Nicolás Glez. Lemus y Melecio Hernández

   

Para un importante sector de la población norteña, respaldado por la Plataforma Ciudadana Maresía y la Asociación vecinal Punta del Viento, entre otros, comprometidos con la protección y conservación del patrimonio del Puerto de la Cruz en cualquiera de sus manifestaciones como componentes de la identidad del municipio, resulta insultante y despectivo el acuerdo al que han llegado el Cabildo de Tenerife y el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz en cuanto a mantener inamovibles las líneas generales del cuestionado proyecto del paseo de San Telmo. Este portazo, propio del poder político y económico, es un duro revés para estos colectivos concienciados por la defensa y mantenimiento del paseo en su aspecto histórico y artístico, en bien de la propia ciudad y de un turismo de calidad, también es un acicate para no decaer y agotar todos los recursos legales, incluso las instancias europeas en Bruselas.

De las informaciones facilitadas por las dos administraciones, y aparecidas en este diario del día 8, en el epígrafe del artículo destaca el derribo del muro, un triunfo relativo ante los opositores que es un insulto a la inteligencia humana. ¿Que no es histórico?, pues demuéstrenlo, que después de tanto tiempo, todavía no han ofrecido un argumento consistente. Se observan omisiones de bulto y argumentos insostenibles, como cuando se manipulaba a los pueblos en tiempos de dictadura, afortunadamente superada.

Las alegaciones y su recuento presuntamente no están claro, y en cuanto a las que se dicen presentadas por Vecinos por el Puerto, es erróneo, ya que todas son de personas físicas identificadas. Tampoco es cierto que estas alegaciones se opongan a la totalidad del proyecto, por cuanto -y que están bien señaladas- apoyan el saneamiento y tratamiento del alcantarillado y plagas, tratamiento de fachadas, homologación de letreros comerciales, entre otros. Se afirma también que con la intervención aprobada, se reforzará el potencial turístico, urbanístico y comercial de la zona; craso error, en la medida en que el turista busca en cada lugar rincones típicos con sabor y regusto a parajes naturales e historia pretérita, que es lo que se entiende por identidad propia, y no espacios maquillados y estandarizados, sin esencia, tal vez por aquello de que “las nuevas generaciones de arquitectos tienen el derecho a intervenir como les parezca”, como manifestó el gerente del Consorcio de Rehabilitación del Puerto de la Cruz; barandillas metálicas y frías por donde se filtra la incómoda brisa marina con perjuicio para el viandante y el comercio.

Qué ridículo resulta aseverar que la obra del paseo es prioritaria por desgaste del mismo, o sea, ¿que son menos urgentes la estación de guaguas, la biblioteca municipal, la ampliación del Jardín Botánico, y una larga lista de carencias que sufre la ciudad turística? Las inversiones aquí, a nuestro entender, son más importantes, sin embargo, olvidadas.

¿Y qué pasa con la huella del artista lanzaroteño César Manrique patente en el mobiliario urbano (bancos, pérgolas, jardineras,…? ¿Ya nos hemos olvidado de que a él se le deben las principales infraestructuras de ocio con que cuenta el Puerto de la Cruz? Hay también quien dice que “la obra de César Manrique está sobredimensionada en el Puerto”. ¡Ah!, tal vez en la Isla de los Volcanes saben por qué. ¿Y por qué apenas se menciona ese voladizo de madera frente a un importante establecimiento de restauración? ¿Es que la accesibilidad hacia la ermita no tiene solución técnica?
Nadie se niega a las inversiones, como a veces se apunta alegremente; por el contrario, queremos las inversiones para lo mejor del Puerto de la Cruz, no para destruirlo, porque lo queremos entrañablemente y por eso nos duele que un espacio auténtico pierda su identidad.
Ya se sabe que una ciudad no puede ni debe nunca perder su identidad. Y en el paseo de San Telmo y su entorno urbano y natural se concentra buena parte de esa propiedad que lo diferencia del resto urbanístico del Puerto de la Cruz. Es la única estampa atractiva que queda y todo parece que lo van a destruir, ¿en bien de qué?