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La guillotina – Por Miguel L. Tejera Jordán

   

Hace un montón de años, los monarcas absolutos, apoyados en sus señores feudales y contando con la inestimable cooperación, nada desinteresada, de la hipócrita iglesia católica, sometieron a los pueblos de la vieja Europa a condiciones de vida insufribles.

Aplastaron villas y ciudades, persiguieron a campesinos y obreros, torturaron a sus adversarios y condujeron a la horca y a la hoguera a decenas de miles de seres humanos con cualquier pretexto. Se adueñaron de riquezas sin par, humillaron a las gentes sencillas y terminaron por esclavizarlas, consiguiendo que malcomieran un mendrugo de pan, mientras ellos saciaban su hambre y su sed con los productos de una tierra que trabajaban otras manos. Pero, en distintas ocasiones, y muy singularmente a finales del siglo XVIII, los campesinos y los trabajadores manuales y, sobre todo, la pequeña burguesía que cimentaba su poder en las nacientes ciudades, decidieron darle la vuelta a la tortilla y comenzaron a cortar el cogote de reyes, condes, marqueses, duques y demás escoria de vividores por cuenta ajena. Esto, que cuento así, como un cuentito, no fue ningún cuento, sino la revolución, la rebeldía de los desposeídos, no sólo de sus dineros, sino de sus libertades, contra una pléyade de oportunistas, avariciosos, que terminaron sus días con las manos y el cuello en un cepo, pendiendo la unión del tronco con la cabeza sobre una cesta de mimbre primorosamente colocada bajo sus respectivas barbillas… Siglos después, José Luis Feito, vicepresidente de la CEOE española, sicario de la gran patronal, celoso de su posición económica y social y deseando reír las gracias a sus amos y señores, propone que la edad de jubilación de los trabajadores españoles llegue a los 70; que en caso de que queden en paro, cobren menos prestación por desempleo, alargada en el tiempo. Y que, consecuentemente, los mayores de 50 hagamos cola en las urgencias hospitalarias, aguardando una muerte cierta mientras, a él, le hacen la liposucción (ojalá fuera la mental) en una clínica privada. La guillotina produjo grandes cambios en la Humanidad: trajo las libertades, los derechos humanos, civiles y políticos. Y principios ampliamente formulados por grandes hombres como Rousseau, Locke, Voltaire, Montesquie, Tocqueville o Talleyrand. Pero para que tales derechos prosperaran, hubo personajes como Robespierre, Marat o Danton, que le dieron a la manivela de la hojilla de afeitar cogotes que fue un gusto. Rodaron testas coronadas (Luis XVI y María Antonieta), sin ir más lejos. Y como la CEOE no jubile a Feito, jubón de la corte, apresuradamente, las guillotinas (las hoces, para entendernos), van a iluminar con sus destellos plateados muchas noches de cuchillos largos…

La historia siempre se repite…