Fallecido tras una larga enfermedad, Enrico Sbriccoli (1934-2013) cambió su nombre en homenaje al saxofonista Jimmy Giuffré y agregó el apellido Fontana por el azar de la guÃa telefónica. Asà fue como aquel bajista autodidacta, componente de conjuntos aficionados en su etapa universitaria en Roma, entró en la historia y ocupó un lugar de privilegio en la música italiana que lideraba, desde la mitad del siglo XX, los gustos y ventas en los mercados europeos y americanos. Más valorado como compositor e instrumentista que como cantante -aunque tenÃa una voz bien timbrada y de emotivos registros- tuvo un debut discreto en San Remo-61, en dueto con Miranda Martino, con Lady Luna, de Armando Trovajoli y Dino Verde. Decidió escribir sus propias canciones y en 1963 cosechó su primer éxito Non te ne andaré.
Pero lo mejor estaba por llegar porque, dos años después, presentó Il mondo, un hito internacional que, en cuestión de semanas, encabezaba los hit-parade de distintos paÃses y era versionado por las figuras más destacadas del momento. Millonario por los derechos de autor, la década de los sesenta le convirtió en un artista rentable, no solo para la música sino para la industria cinematográfica; protagonizó seis pelÃculas de consumo -las dos últimas en 1968- y continuó con exitosos tÃtulos como La mÃa serenata, L’amore è bello, y Che sara que quedó en segundo lugar en el popular festival, cantada por el grupo Ricchi e Poveri. Esta decisión de los organizadores motivó su cabreo y dos decisiones de enorme trascendencia vital: cambió los escenarios por un bar en Macerata y pidió al ciego José Feliciano que la incluyera en su repertorio y la paseara por donde quisiera.
Con su estilo desgarrado y su peculiar trato a la guitarra, el portorriqueño universalizó este tema y prolongó la fama de Fontana, tranquilo en su retiro, ajeno a las propuestas de empresarios y discográficas. TodavÃa en 1982, formó una banda, Scuadra Italia -especializada en música romántica- que, en teatros y platós de televisión, se ganó otra vez el favor del público pero que, contra la opinión de los productores, tuvo una breve existencia. Entre mis preciados vinilos está el long-play de Una vieja canción italiana, la crónica de aquel fugaz retorno de un creador presente en la memoria de varias generaciones y con cuyas baladas exigentes y lÃricas pelaron la pava los novios de todas las latitudes en los tiempos del reinado de The Beatles y las revueltas estudiantiles que sacudieron a Europa de oeste a este.