Entraste en el periódico como un elefante en una cacharrería. Armaste una revolución con tu ímpetu desmesurado, tus ideas renovadoras, tus improvisaciones geniales… A más de uno se los pusiste de corbata cuando el primer día te presentaste como el “puto amo”. Los trabajadores nos miramos perplejos: “¿De donde salió este tío?”. Tu juventud y tu desparpajo asombraban, y a la vez provocaban recelo.
Parecías cualquier cosa menos un director general. Con tus aires autoritarios te ganaste enseguida el respeto y hasta el temor del personal. Así nos cambiaste el chip. Nos pusiste las pilas y le diste un revolcón a toda la empresa, con ese eslogan tuyo que te define: “Siempre tramando algo nuevo”. Nos tuvimos que adaptar al nuevo superjefe, a una mayor exigencia, a trabajar más a cambio de menos, a ser tan autoexigentes como tú mismo. El temor de los primeros días se tornó poco a poco en confianza mutua e implicación general. Y nació un vínculo que seguramente nunca buscaste y nosotros no imaginamos. Acertaste en una decisión inteligente: no te quedaste encerrado en tu poltrona de la planta alta, sino que bajaste a la redacción y te acercaste a los trabajadores. Los conociste, conviviste con ellos, discutiste, bromeaste con ellos, curraste hombro con hombro -también nos exprimiste- y, sin darte cuenta, y sin dejar de ser el “puto amo”, te ganaste el aprecio y la amistad de todos, además del respeto y la admiración. Con nosotros aprendiste a contar hasta diez antes de actuar, a ver a las personas antes que a los números.
Mientras tanto, sin dejar de trabajar mucho día a día en el rumbo que nos marcabas, esa relación de amistad engrasó los engranajes de una máquina que funciona, sin el gran músculo de otras -es cierto-, pero como un equipo de verdad. Es un mérito de todos, pero tú contribuiste en gran medida. En estos dos años hemos superado juntos toda clases de vicisitudes, y tenemos futuro. El DIARIO es un barco renovado que navega cada vez mejor, lejos de cualquier peligro de naufragio. Ahora nos sorprendes con el anuncio repentino de tu marcha. Culminas una etapa y necesitas nuevos retos con los que aplacar tu hiperactividad natural. Dejas una empresa mejor de la que encontraste. Te vas dejando aquí a un buen puñado de amigos, que te echarán de menos. Llegaste como Juan Carlos Cabrera Labory y te marchas como Juanqui, un amigo. Gracias, y que te vaya bonito, brother.