España siempre ha sido un país surrealista y estrambótico, y ahora parece haberse convertido también en un país absurdo y ridículo. Aquí se protege a los menores no se sabe bien de qué, y se obliga a velar sus rostros en las fotografías públicas, incluso en las más inocuas y familiares. Pero, al mismo tiempo, menores -niños- que participan en series televisivas intervienen habitualmente en diálogos y situaciones de sexo explícito, y nadie dice nada. Aquí no se distingue entre niños, adolescentes y jóvenes, y cuando uno que está a punto de cumplir los dieciocho años comete un homicidio -o un asesinato-, se le da una palmadita educativa y se le ruega que en lo sucesivo sea bueno y se porte bien. Mientras tanto, en el denominado horario infantil de televisión campan por sus respetos la sangre y la violencia más extremas, y tampoco nadie dice nada al respecto.
En este escenario no sorprende que se llame a la huelga a los menores, y que menores participen en los actos delictivos y violentos que en España se cometen sistemática e impunemente con motivo de una huelga. Claro que tampoco sorprende que se llame a la huelga a los padres de los estudiantes, en un patético intento por convertir en general una huelga limitada al sector educativo.
El expreso mandato constitucional concerniente a una ley de regulación del derecho de huelga ha sido transgredido durante estos años de democracia por los Gobiernos socialistas y populares, rehenes de los sindicatos, con los que no se han atrevido a enfrentarse. Sin distinción de partido, todos nuestros Gobiernos han sido cómplices de las centrales sindicales, que han apostado por la permisibilidad y la indeterminación que supone la ausencia de una Ley de Huelga, y para las que ha resultado muy cómodo el viejo Real Decreto-Ley 17/1977, de 4 de marzo, norma preconstitucional enmendada y derogada a golpe de sentencias del Tribunal Constitucional y por el Estatuto de los Trabajadores. Los sindicatos afirman sin rubor que no es necesaria una Ley de Huelga y que es mejor la
autorregulación, lo que equivale a negar la necesidad de toda Ley y todo Derecho. Bueno, algo de eso han perpetrado en Andalucía.
En lo que atañe a los tan traídos y llevados servicios mínimos, la Constitución española, en su artículo 28.2, los prevé con
contundencia, cuando dispone que “se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses” (¿son trabajadores los menores estudiantes?) y agrega inmediatamente: “La ley que regule el ejercicio de este derecho establecerá las garantías precisas para asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad”. Lo que no pudo prever la Constitución es que treinta y tantos años después “la ley que regule el ejercicio de este derecho” estuviese aún pendiente de elaborar. Tampoco pudo prever que la apertura de las bibliotecas y salas de estudio no sea un servicio mínimo, es decir, un servicio esencial de la comunidad. Se entienden muchas cosas cuando se compara con Alemania, en donde toda la educación obligatoria es un servicio mínimo.
El poeta Gabriel Syme, el protagonista de la novela de G.K. Chesterton El hombre que fue Jueves, quizás el personaje más autobiográfico del autor, es reclutado por Scotland Yard para luchar contra los anarquistas. Consigue ser elegido para formar parte del Consejo Mundial Anarquista, que está integrado por seis miembros y un presidente, cada uno de ellos oculto por el pseudónimo de un día de la semana. A Syme se le asigna el pseudónimo de Jueves, y descubre que los otros miembros del Consejo son también policías, reclutados tan misteriosamente como él. Su descubrimiento se generaliza, y todos los miembros del Consejo caen en la cuenta de que están luchando ente sí y no contra los anarquistas. Incluso averiguan que su presidente, Domingo, es, en realidad, el mismo policía que los ha reclutado en una oficina sin luz que no permitía identificarlo.
El problema de nuestros sindicalistas y huelguistas, tan amantes de los jueves (el viernes se puede hacer puente), es que no han dejado de ser Jueves, y, en consecuencia, no han descubierto todavía que están luchando entre sí, en otras palabras, que están luchando en contra de los trabajadores y los ciudadanos que dicen representar, y que somos todos, en lugar de luchar en contra del verdadero enemigo, que es la falta de formación. Recientes informes sobre la educación española -PISA y otros- han puesto de manifiesto el dramático fracaso sin paliativos de las leyes educativas que hemos sufrido hasta ahora. Han puesto de manifiesto que la cultura del no esfuerzo, de la no competitividad, de igualar por abajo y premiar el suspenso solo conduce a callejones sin salida como en el que nos encontramos. El nivel medio en comprensión lectora de los adultos españoles, por ejemplo, es inferior al de los bachilleres holandeses, alemanes o japoneses. Eso es un desierto cuya travesía no conduce a ninguna parte. Como Gabriel Syme afirma en algún momento de la novela: “La aventura podrá ser una locura, pero el aventurero debe ser cuerdo”. La aventura de la huelga general -educativa o no- siempre es una locura. Y lo peor es que está protagonizada por sindicalistas y huelguistas que participan de esa locura.