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Martín de Riquer – Por Luis Ortega

   

No era un tópico la obligación de su lectura en mi bachillerato. Por eso, en encuadernación artesana para salvar la integridad del volumen, aún conservo el primer Quijote editado en la posguerra (Juventud, 1944) por el filólogo y catedrático Martín de Riquer i Morera (1914-2013), autor de una treintena de estudios sobre las literaturas hispánicas y, sin duda alguna, el más sabio de los especialistas en juglares, trovadores y “las gentes que alegraron el tedio europeo y predicaron el buen vivir”. En 2010 y con el maestro Luis Cobiella, trabajé con sus textos para ajustar nuestro trabajo sobre el Mester de Juglaría de la Danza de los Enanos. Y, mucho más atrás, cuando los sarampiones crónicos cuestionaban los méritos personales y todo se medía según la afinidad a las banderas secesionistas, discutí con algún amigo en defensa de su trabajo monumental, así en el ámbito natal como en el castellano. El VIII Conde de Casa Dávalos debutó con veinte años con un ensayo sobre el humanismo catalán y, en el pasado septiembre, a ocho meses de cumplir el siglo, dejó una treintena de títulos capitales y otras tantas ediciones críticas de las obras aurorales en ambas lenguas. “Airado por la persecución religiosa de los republicanos, se alistó en la facción sublevada en 1937, combatió en la Batalla del Ebro y, tras la Guerra Civil, asumió cargos en Barcelona”.

Esa parte de su biografía suscitó y mantuvo reticencias de las implacables progresías que ignoraron sus aportaciones a la cultura y su pleno y justo reconocimiento internacional, su fino instinto de investigador, su querencia por el gusto clásico y las puertas que abrió para escudriñar todas las claves de la lírica y las fabulaciones medievales en provenzal, francés, italiano, castellano y catalán; y, sobre todo, su carácter de autoridad máxima en Miguel de Cervantes y en su héroe literario. Académico de la RAE desde 1965, fue el más veterano de los miembros en activo y el de mayor permanencia en la institución que simultaneó con la presidencia de la de Buenas Letras de su ciudad natal. Fue senador por designación real en el periodo constituyente, agregado a la Agrupación Independiente que lideró Justino de Azcárate y, después, en Entesa del Catalans. Acabada la legislatura se retiró de la actividad política. En 1990 obtuvo el Premio Internacional Menéndez Pelayo y un año después el Nacional de Ensayo; el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1997 y el Nacional de las Letras Españolas en 2000.