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Misas, procesiones y bajadas – Por Juan Henríquez

   

Nada tengo contra protestantes, budistas, cristianos, salterines, gomeros, herreños y budistas, allá cada uno con su libertad religiosa. Pero ocurre que un servidor, ateo por convicción, no tengo por qué aguantar y soportar toda la parafernalia pública que se montan en torno a las misas, procesiones y bajadas. Todas esas manifestaciones, sobre todo las más populares, siempre presididas por el obispo de turno, con todo el ropaje, que dicen, son signos de autoridad. Digo que será, en todo caso, la soberanía que les confiere el imperio eclesiástico al que pertenecen, y única y exclusivamente, sobre los feligreses que les siguen el rollo.

Pero ahí no queda la cosa. No hay un acto institucional de relieve que no cuente con la presencia de la máxima representación eclesiástica. A veces tengo la sensación, sin que nada halla escrito al respecto, que su presencia es por imperativo legal. ¿Alguien puede explicarme la asistencia del obispo y la comitiva militar en el nombramiento de Carlos Alonso en sustitución del dimisionario y anterior presidente del Cabildo de Tenerife? Todo un espectáculo surrealista, más propio de la época medieval, y a los que se prestan los fariseos de la política.

Y no contentos con ocupar gran parte de mi espacio libre y público, los medios de comunicación social, de manera resaltada las televisiones públicas, pagadas con los impuestos de los ciudadanos, también de los ateos, no hay misa, procesión, bajada o romería, digamos de relevante importancia para lucimiento de políticos y autoridades eclesiásticas y militares, que no sean retransmitida íntegramente, en algunos casos, las televisiones locales privadas, las reponen hasta media docena de veces, aunque más que por devoción, lo hacen para rellenar una parrilla pobre y desolada. Toda una blasfemia virtual.

Por mi parte poco más que decir, salvo que me liberen de esta presión sicológica y endémica, y que, al menos, me hagan sentir ciudadano laico. ¡Tengo derecho!