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El paso de la realidad – Por David Sanz

   

En los últimos tiempos solía buscar una excusa para no acudir. Consciente o inconscientemente procuraba alejarme de aquella sala tan oscura, donde, una vez al mes, había comparecido fielmente durante diez años. La fotografía desgastada del rey, la imagen del Sagrado Corazón, esas cortinas rojas tupidas que esconden el sol o el aburrido tapizado de las sillas, son elementos que conforman una estética del tedio, solo comparable a horas y más horas de inútiles debates, cada vez más alejados de la realidad. Encima, lo único bello del mobiliario, donde puedes perderte con la mirada, está a la espalda del público. Me refiero a esa inmensa Caldera que pintó Francisco Concepción. A estas alturas, muchos se habrán dado cuenta de que me estoy refiriendo al salón de plenos del Cabildo de La Palma. El pasado viernes tocó sesión plenaria y, después de bastante tiempo sin acudir a una de ellas, me di cuenta de que ni el continente ni el contenido habían cambiado. Encima tocó abordar por parte de los consejeros asuntos generales. Está bien que se presenten mociones para enmendar el presupuesto del Estado, pero marear la perdiz con debates estériles de economía y política internacional, como que no es el lugar. Hay infinidad de asuntos que dependen de la gestión directa del Cabildo y que atañen en exclusividad a los palmeros que tienen el foro adecuado en este pleno y en los que se deberían centrar los debates de nuestros consejeros. La prueba está en que la mayor enjundia de los plenos aparece precisamente al final, cuando ya no hay ningún guión escrito, es decir, en el turno de ruegos y preguntas. Mientras tanto, uno ya no sabe si rezar al Sagrado Corazón para que se apiade de los agotados asistentes o esperar a que el rey se arranque de la fotografía con un sonoro “¿por qué no te callas?”. Y es que a la imaginación, en esas horas de sopor, le da por hacer muchas diabluras. Afortunadamente, en el último pleno, el aire acondicionado estaba estropeado y hubo que correr el pesado cortinaje y abrir las puertas. Era como si una bocanada de aire fresco entrara en la sala. ¡Oh, bendición! Desde el asiento se podía ver llover. Creo que fue esta claridad natural la que llevó a algunos consejeros a ser autocríticos con los debates. La política, si quire recuperar prestigio, no está perder el paso de la realidad.