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La pobreza – Por Jorge Bethencourt

   

Las palabras del papa Francisco sobre la tragedia de Lampedusa, la muerte de los inmigrantes ilegales que buscaban arribar a Europa, son la clave de todas las contradicciones, ideologías y temores de las sociedades del siglo XXI. Es una explosión ética que podemos encontrar cada día en cada esquina, en cada página de sucesos, en la foto de ese joven inmigrante polaco muerto en España con apenas treinta kilos de peso, convertido en un esqueleto alcohólico y abandonado.

Pasamos al lado de la pobreza sin detenernos. Pasamos al lado del mendigo de la calle. Al lado de la anciana rumana que extiende la mano y enseña un cartel escrito en mal castellano. Vivimos al lado de barrios donde hay familias que no pueden alimentar decentemente a sus hijos. Podemos ver, si miramos, el infortunio de miles, de millones de seres humanos que mueren de hambre y de enfermedad cada día ante nuestros desinteresados ojos de telediario.

¿Es lícito abstraerse de esa realidad? ¿Debemos hacer algo por cambiarla? El papa Francisco dirige un poderoso imperio que con una mano ayuda a los pobres y con la otra amasa fortunas, guarda tesoros, oro, joyas y obras de arte. Lo que dice no casa del todo con lo que es. Pero eso nos pasa a todos. El hombre es un ser social. Se preocupa por su entorno y recibe esa misma gratificación de los que le rodean. Todas las ideologías ortodoxas, desde el capitalismo al socialismo, se basan en la interacción entre los humanos y pretenden ordenarla. El objetivo es repartir el producto de la caza entre toda la tribu de forma que coman no sólo los fuertes sino también los ancianos, los niños y los débiles. La riqueza se reparte a través del intercambio, del mercado, del comercio, del trabajo. Pero de forma desigual. El objetivo de la sociedad organizada no es que todos los corredores lleguen a la meta al mismo tiempo, sino que todos corran en igualdad de condiciones y nadie se quede sin llegar al final.

Este no es un mundo justo. Pero es un mundo más justo de lo que fue. Los ciudadanos de países desarrollados entregan parte de su trabajo al Estado -en forma de impuestos- para sufragar servicios a quienes no pueden pagárselos y ayuda a los mas desfavorecidos. Esa solidaridad no es universal. Es para la tribu. Una tribu que tiene fronteras cerradas. El problema es que Lampedusa queda muy lejos. Tan lejos como los barrios más pobres que tenemos aquí al lado de nuestras casas. Tan lejos y tan cerca.

@JLBethencourt