Hace unas semanas, una dinámica y vital mujer de 70 años, perdió la vida en una rotonda de acceso a la ciudad de La Laguna, atropellada por un camión en un paso de peatones con cierto desnivel, en la zona de Padre Anchieta. Es una zona que los estudiante de la Universidad de La Laguna denominan la ratonera por la peligrosidad que para los peatones supone circular por ella, y en la que ya han muerto más personas. Fue sin duda un desgraciado accidente: el chofer del camión no vio a la mujer a la que atropello, a pesar de que ella atravesaba la calzada por el lugar señalado para hacerlo. Un accidente más, como tantos otros.
Un accidente que -no se sabrá nunca con certeza- podrÃa no haber ocurrido si esa concreta rotonda, en la que se suceden graves accidentes desde que se abrió a la circulación, tuviera un trazado diferente. Esa es la historia. Una historia desgraciada que costó la vida a una persona, y ha marcado a otra para toda la vida.
Pocos dÃas después del fatÃdico atropello de Anchieta, un numeroso grupo de vecinos laguneros se manifestaron para impedir el traslado de la tradicional charca de los patos desde la Catedral a una nueva ubicación. Los medios publicaron informes sobre la importancia histórica del estanque y el vÃnculo emocional de los laguneros con sus patos. Algún partido de la oposición se manifestó a favor de esa reivindicación y anunció que los patos volverán a su recinto si ellos partido asume algún dÃa las funciones de gobierno en La Laguna.
Nada tengo que objetar al afecto de los ciudadanos y al abracadabrante interés de los polÃticos por la suerte de los palmÃpedos. La verdad es que son bichos simpáticos y a los niños les encantan. A mà también, pero creo que algo ocurre -y no es algo bueno- cuando prestamos más atención a lo accesorio que a lo importante, cuando cientos de ciudadanos protestan porque van a cambiar de sitio a unos cuantos patos, y nadie dice ni pÃo después de tantos años de accidentes reiterados en la rotonda de acceso a La Laguna.
Problemas como el de la rotonda de Anchieta hay en todas nuestras ciudades. Son situaciones sobre las que habrÃa que llamar la atención con presión y movilización ciudadana, para que alguien los resuelva. Pero entre tanto ruido y politiqueo de baja estofa, hemos acabado por acostumbrarnos a atender sólo el graznar de las ocas.