En una sociedad sumida en una manida crisis de la que todo el mundo quiere sacar partido nos quieren dar lecciones de solidaridad virtual. En el duermevela de la semisiesta del mediodía el ojo que tenía aún abierto se sorprendió de una nueva forma de solidaridad televisada. Un nuevo programa con todos los malos vicios de los reality shows irrumpía en la pantalla. El formato era el acostumbrado, la estética la de siempre, el contenido: ya visto. Familias contando sus problemas, personas mayores desnudando su miseria ante las cámaras, ancianos pensionistas compartiendo su escasez y, lo más increíble, niños que se quieren solidarizar compartiendo lo que les han regalado en su cumpleaños o en la comunión. ¿Hasta qué punto la televisión manipuladora tiene carta blanca para escudriñar en la dignidad de las personas? ¿No han pensado los que programan en la enorme responsabilidad social que tiene todo lo que emiten? A menudo son criticados los reality shows que tan profusamente han aparecido en la pequeña pantalla porque, en vez de cumplir el fin altruista que dicen proponerse, consiguen despertar el morbo ante la miseria de los otros. Se manipula descaradamente la mente del espectador presentando una caricatura de la realidad. Sin profundizar en las causas de tanta desgracia, sin analizar qué las causa, sin buscar quiénes son los culpables. Y lo peor, haciendo creer a las mentes confiadas que la solución es esa ayuda televisada. Al contrario, yo siempre aprendí que la ayuda humanitaria no debía ser objeto de publicidad, de propaganda ni de manipulaciones ideológicas. Hace tiempo, una actriz amiga que vive en Cuba me contaba que en cierta época de su vida pasó momentos de miseria y penurias. Tal fue su estado que unos personajes del rico primer mundo, en una visita a su domicilio, se asombraron de la austeridad en la que vivía. Uno de aquellos personajes abrió la nevera para tomar agua y vio que ese líquido elemento era lo único que albergaba el frigorífico. Quiso pagarle unos dólares por el vaso de agua para ayudarla a vivir mejor. Ella no había pedido nada, ni había hablado de sus penas. Rechazó el regalo y lo invitó a salir de su casa diciéndole: “Mi hambre es solo mía”. Esa dignidad casi literaria, de heroína de tragedia griega, se ha perdido en nuestra sociedad. Los medios propician que salgamos a contar problemas personales, a revelar secretos, a dialogar sobre sentimientos íntimos… Nos hacen historietas de la historia, nos convierten la crisis en información morbosa. Lo social se resuelve con leyes justas, con un sistema que abogue por la verdadera igualdad de los seres humanos. La solución no está en convertirnos en espectáculo de nosotros mismos. Nos hacen creer que ayudamos a alguien si nos emocionamos ante la pantalla mientras el otro derrama sus lágrimas delante de la cámara. Luego llamamos al número mágico y donamos un poco de dinero. Esa noche dormimos bien. No nos enseñan que la ayuda es otra, como en el cuento oriental del escritor que encontró a un pobre muchacho queriendo salvar las estrellas de mar que quedaban varadas en la arena. Las arrojaba al agua antes de que saliera el sol para que no murieran. El escritor le dijo que no podía arreglar el problema pues eran muchas. El muchacho le respondió que al menos aquellas ya estaban salvadas. Al siguiente día el escritor también empezó a arrojar estrellas al agua antes de que saliera el sol… Ya eran dos que querían cambiar el mundo. Esa es la única manera de ser solidarios. Cambiar las reglas, las normas, las desigualdades…