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Techo de deuda: hasta el infinito y más allá – Por Jesús Sánchez-Quiñones González

   

La tensión vivida en las últimas semanas por el cierre de la Administración norteamericana, ante la negativa a la aprobación de la ampliación del techo de deuda estadounidense, ha dejado al margen la cuestión de fondo: la razonabilidad de la existencia de un techo de deuda cuantitativo.

El techo de deuda establece el límite, en dólares, de la cantidad de deuda incremental en que puede incurrir el Gobierno estadounidense cada año. Fue instaurado en 1917 como medio para controlar la carga absoluta de deuda que podía soportar la economía. Hasta la I Guerra Mundial, el congreso de EE.UU. autorizaba el endeudamiento sólo para objetivos específicos, como la construcción del canal de Panamá.

La deuda federal estadounidense se puede incrementar mediante dos mecanismos: con la emisión de deuda que es adquirida por inversores; y mediante la emisión de deuda a ciertas entidades gubernamentales, como la Seguridad Social o Medicare. La existencia de un techo de deuda se entiende como un mecanismo de control del gasto del Gobierno, de tal forma que, si el congreso o el presidente estadounidense se exceden en los gastos incurridos sin que estos vengan acompañados de ingresos por la misma cuantía, deberán dar explicaciones y solicitar autorización expresa para poder incurrir en dicho incremento del nivel de deuda.

Todos los presidentes estadounidenses, desde Hoover, han logrado aumentar el techo de deuda. Se ha incrementado 74 veces. No obstante, EE.UU. no siempre ha aumentado el nivel de su deuda. Desde el fin de la II Guerra Mundial hasta el año 1982, la deuda se redujo de forma constante. En los últimos quince años el nivel de deuda pública se ha triplicado, pasando desde $ 5,5 billones (trillions) a $ 16,4 billones (trillions). Desde 2005 la deuda se ha doblado.

Aunque a corto plazo lo único que importaba a los mercados financieros y a los medios de comunicación era si los republicanos cedían y se aceptaba un incremento del techo de deuda, la principal preocupación debía centrarse en la sostenibilidad de un incremento permanente del nivel de deuda. Se olvida que las deudas hay que devolverlas. Para incrementar la deuda debe existir alguien dispuesto a prestar cantidades adicionales a las ya prestadas.

El nivel de deuda asumible por un Estado o por una empresa es finito, aunque sea difícil de determinar un porcentaje idéntico para todos los países. Carmen M. Reinhardt y Keneth S. Rogoff, en su libro This time is different, situaban el umbral en el 90% del PIB, mientras que la deuda de Japón supera el 200%. En Europa, al no existir techos de deuda legales, como en EE.UU., el debate sobre la sostenibilidad de la creciente deuda pública es casi inexistente. Ello no quiere decir que el problema no exista.

Las empresas en Europa, y en España, alcanzaron el punto en el que no era factible endeudarse más, principalmente por ausencia de nuevos prestamistas dispuestos a incrementar el nivel de deuda de las empresas. Como consecuencia, llevan ya años reduciendo su nivel de deuda. Este desapalancamiento se está llevando a través de diversos mecanismos: vendiendo activos, destinando los beneficios a repagar deudas y a través de quitas bajo diversas fórmulas.

De seguir así la evolución de la deuda pública de los países industrializados, llegará un momento en que los inversores no estarán dispuestos a seguir financiando a determinado país. En ese momento, los estados, igual que han hecho las empresas, deberán tomar medidas excepcionales para reducir el nivel de deuda alcanzado.

De momento, el mar de liquidez proporcionado por los bancos centrales aleja el problema de la creciente deuda pública a un segundo plazo, al subir las cotizaciones de los mercados financieros. Esperemos que la actual alegría financiera se acabe traduciendo en crecimiento económico; sin duda, la mejor herramienta para poder devolver las deudas existentes.

Jesús Sánchez-Quiñones González es DIRECTOR GENERAL DE RENTA 4 BANCO