Tendrás estos dÃas en Tenerife, querido Juan Manuel Bethencourt, a don Emilio Lledó, que fue nuestro profesor en La Laguna en el prólogo a la década a la que te refieres. Él nos enseñó la esencia de la palabra entusiasmo. Lo decÃa en griego, relacionaba la calidad de la palabra con la presencia de Dios en su composición. El hombre que está poseÃdo por el entusiasmo es el hombre que aspira a sentir que está cerca de la perfección o de la belleza, que la busca con otros. El entusiasmo. Lo que habÃa en esa época de Gonzalo y su Conca que evocas en tu texto era precisamente el entusiasmo, pero el entusiasmo que habÃa en el aire lo hacÃan las personas, Gonzalo entre ellos. En aquella época se juntaron varias energÃas: la de los republicanos que seguÃan ahÃ, con Eduardo Westerdahl y Domingo Pérez Minik al frente; la de los de la generación de la guerra, la generación escachada de Pedro González, Julio Tovar y Enrique Lite, y la generación que siguió, que en cierto modo nos acogió a los que tenÃan mi edad o aledaños y en la que también figuraban, aunque eran mayores, Emilio Sánchez Ortiz, Arturo Maccanti y Luis Alemany. Esa época desembocó de alguna manera en la importante exposición de escultura en la calle que ahora cumple cuatro décadas en Santa Cruz. En el aire estaba el entusiasmo, pero también hubo la generosidad: la generosidad de la gente, de los medios de comunicación, y sobre todo la generosidad de galeristas como Gonzalo, de artistas como MartÃn Chirino, de arquitectos como Rubens HenrÃquez o Vicente Saavedra, de periodistas como Ernesto Salcedo o Alfonso GarcÃa-Ramos… En tu texto te haces heredero de aquel tiempo, al menos en tu perplejidad melancólica. No serÃa tan difÃcil recuperar el entusiasmo, pero parece tan improbable recuperar la generosidad… En fin, tú tienes fuerza para intentarlo.