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El adiós a Beatriz Tinaut – Por Joaquín Castro

   

Siempre que muere una persona, y si en este caso es una artista de la plástica, un vacío se queda en el alma y se queda huérfana la pintura que ella hacía. Se identificó sobremanera con el retrato, especialmente con la maga canaria. Se sentía orgullosa de haber recibido buenas lecciones de Pedro de Guezala, que llevó a sus telas las campesinas de nuestros pueblos.

El pasado día 9 falleció nuestra buena amiga Beatriz Tinaut. Todos los que tuvimos la oportunidad de contar con su amistad hemos quedado muy apenados. Mujer culta, sin vanidades ni orgullos, era licenciada en Filosofía y Letras, contando además con la especialidad de Dibujo y Pintura en la escuela sevillana de Santa Isabel de Hungría. Gozaba de una finura especial, exquisitez en el trato, maestra de promociones en el Colegio de la Asunción, así como en los institutos de enseñanza media donde estuvo destinada.

La pintura era muy importante para ella. Presumía de haber tenido como profesores a Mariano de Cossío, Álvaro Fariña, el citado Pedro de Guezala, González Suárez y Miguel Márquez. Contaba que desde pequeña le deslumbraba la luz, el color. Se pasaba las horas muertas pintando. Nunca olvidaría cuando su padre le trajo de un viaje una caja de acuarelas, el mejor regalo que sin duda recibiría en su vida.

La luz de las Islas había sido siempre su aliada, que le brindaba los mejores medios para adornar sus retratos. Siempre veíamos un paisaje en lejanía o un tema realista que le servía de telón de fondo para su obra. Practicaba todas las técnicas. Le interesó mucho el grabado, era para ella un mundo fascinante de posibilidades. Admiraba los de Durero, Rembrandt, Goya, Picasso, Tapies, Cuixart y Saura.

Contaba que con González Suárez recorría los alrededores de La Laguna haciendo bocetos. No me cabe la menor duda de que allá, en el infinito, dondequiera que se encuentren, correrán unidos los mundos de color y fantasías, donde los púrpuras y los blancos les serán para ellos mil colores en sus paletas, en mezclas simbióticas con turquesas, granates y amarillos. Ellos seguirán pintando y nuestras mentes recogerán esos momentos que ellos quieren dar en los espacios siderales.

Pensaba Beatriz que la artista se proyectaba en su obra, y realizaba su labor en su estudio, su sanctasanctórum, como ella lo llamaba. El campo, sus prados verdes, su trevina amarilla, sus olores a jazmín, la exuberancia de las hortensias, era su vida. Prefería el alejamiento de la absurda complicación que cada día aumenta en la vida de las grandes ciudades. Sintió siempre un interés profundo por la figura humana y el enigma que encierra. Cada expresión era un reto, mayores, jóvenes o niños, vidas realizadas o esperanza de futuro, pero qué futuro es el que encierra el misterio de sus miras. Filosofía propia de Beatriz, la de su propia vida, encerrada entre alumnos y arte, entre el amor materno a su hermana Pilar, siempre juntas, exponiendo en las mejores salas de Santa Cruz, entre flores y ojos vivarachos de las campesinas canarias. Ella expresaba en sus dibujos y obras la magia del color y el universo cambiante, el que ella podrá dominar ahora mejor que nunca, envuelta en la magia de la luz. No puede haber tinieblas, rodeada de cientos de matices y transparencias.
Descanse en paz, nuestra admirada amiga Beatriz Tinaut.