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Debajo del árbol – Por Román Delgado

   

Debajo del árbol, querido amigo Juan Carlos, hace un frío que pela. Allí mismo estoy, donde tú sabes, bordeando el viñátigo que es lujo y aislamiento, esencia y marca de paisaje, el mismo que escucha tus canciones y los tarareos informales, allí en las medianías altas de la cara húmeda. Allí mismo estoy, sin The Beatles, sin el loco polaco y sus versiones de The Doors, y sin Vicente y sus alegatos de música de autor. César está vez tampoco ha preparado sus ginebras. Sí, está el de las folías y las malagueñas, el jefe, pero la canción no brota por ausencia de cuerdas y cajas nobles. Allí mismo estoy, querido amigo Juan Carlos, debajo del árbol, con ese frío de las neveras que enfrían, debajo de las ramas verdes y las hojas garrapiñadas simulando laurisilva. Y con José, don José, el del pueblo, guardián y genio, diciéndome al oído que ya lo ha dejado todo, prácticamente todo: el alcohol, el tabaco… Otro que parece que se apunta a la vida. Y todo debajo del viñátigo. Allí mismo estoy, querido amigo Juan Carlos, debajo del árbol, acurrucado junto a su tronco, en el silencio del bosque verde y con el placer hirviendo por el griterío lejano del juego infantil. Allí mismo estoy, tullido, helado, con las manos que piden calor y con la brasa muerta de frío, que la leña no da para más tras días de ahogamiento. Pero pronto, más pronto que tarde, y lo percibo en mi cuerpo de piel antes de lo que hubiera preferido, los ocho grados me empujarán hacia la madriguera. Entonces, aunque por ahora aguanto como un pastor garafiano, todo habrá acabado para quizás volver a empezar al día siguiente, si la naturaleza estuviera de ofrenda. Allí mismo estoy, querido amigo Juan Carlos, debajo del árbol, soñando con que pronto los sones de las letras de siempre, con coros de la gente de siempre acompañados del calor del aire, se enciendan de alegrías marcadas en la cara, con el viñátigo cantando la suya y los brezos y las hayas dándole a su viejo repertorio de folclor de monteverde. Allí mismo estoy, querido amigo Juan Carlos, debajo del árbol, consciente de que él lee todo lo que escribo en el banco verde de musgo y alegre porque no ha sido capaz de negarse a lo del 11 de enero. Allí mismo estoy, querido amigo Juan Carlos, debajo del árbol, esperando el último arrebato de frío para encerrarme en la otra cueva. Allí mismo estoy, querido amigo Juan Carlos, debajo de árbol, donde pronto recalaremos, con frío o con calor: empujados por las ganas. Y siempre debajo del árbol.

@gromandelgadog