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Pepe Galindo – Por Salvador García

   

Días atrás falleció Pepe Galindo. No hace mucho escribíamos que aún se le podía ver, junto a sus hermanos, caminando por las calles portuenses, de Punta Brava (donde reside) a Martiánez y viceversa, correspondiendo a las decenas de saludos y manteniendo las conversaciones que entabla, casi todas futboleras, evocadoras de un pasado en el que tuvo cierto protagonismo. Pero luego fue internado en un centro hospitalario, donde le visitamos apenas para enhebrar una mínima conversación. Su hermano Tomás también dejó de existir hace pocas semanas. La muerte de Pepe Galindo produce la natural consternación entre la familia deportiva portuense. Porque primero fue jugador, sin prodigarse, y luego destacó como entrenador, especialmente de juveniles e infantiles. Todos creíamos que podía llegar más lejos pero lo cierto fue que se estancó. Le gustaba trabajar con la base, la prefirió antes que dar el salto a categorías superiores y tratar de asumir otras responsabilidades. Fue un popular personaje del fútbol local, en el que destacó por numerosas anécdotas. Y también por su carácter afable, por su predisposición a dedicar horas y horas a la formación de quienes soñaban jugar en el primer equipo del Puerto Cruz, cuando éste andaba por la Preferente o el grupo canario de Tercera División. Los chicos, sus discípulos, casi terminaban tomándole el pelo, pero él se dejaba querer y participaba en una armoniosa relación que sustanciaba el espíritu de equipo que debe caracterizar toda formación futbolera. Galindo, ante todo, era un deportista y procuró inculcar esos valores a cuantos enseñó a desenvolverse en una cancha. Le vimos jugar muy poco. De defensor central, al que no gustaba despejar alocada o contundentemente. Después entrenó a varios juveniles. Con el Juvenil Puerto Cruz, en los años setenta, logró varios títulos y estimables niveles de juego, favorecido sin duda por las generaciones de futbolistas que tuvieron continuidad. Era un habitual de El Peñón y opinaba con soltura de cuanto veía. Ya en edad madura hubo de sustituir al entrenador del primer equipo por ausencia o dimisión. Teóricamente era su gran oportunidad. Se trataba de acreditar lo que había atesorado en categorías inferiores. Pero no hubo suerte: no era igual. Ni los niveles de exigencia eran los mismos. Tuvo Pepe Galindo siempre un carácter distendido. Por eso fue protagonista de algunas anécdotas y situaciones que aún hoy son recordadas -principalmente por quienes fueron sus discípulos- con agrado y digresión. Incluso, por repetidas, se han convertido en elementos recurrentes de conversación, no importa el tiempo ni el lugar. Algunos dichos terminaron siendo célebres. Los chicos los repiten con complacencia generalizada. “Los interiores nuestros marcan a los interiores de ellos y no hablo más porque perdemos el partido”, explicó con brevedad la táctica a seguir ante un rival inferior. “Pepe Galindo y la temporada venidera”, fue un titular de prensa que alguien le repetía incesantemente. “Menos mal que hemos ganado en este campo maldito. No sé ni cómo le llaman La Suerte”, afirmó en voz alta en la Cruz Santa, una plaza que se le resistía. Los chicos le respetaron. Y cuando llegó la hora de la retirada, no fue necesario empujarle: él dio un paso, consciente de que su ciclo tenía un punto final. Se fue alejando poco a poco, cumpliendo responsablemente como operario municipal temporal y contemplando el fútbol casi exclusivamente con acento nostálgico. Un buen elemento Pepe Galindo. Tiene su sitio, desde luego, en la historia del fútbol portuense.