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Aborto de ley – Por Blanca Delia García

   

¡Aaaahhhh! ¡Aaaahhhhh! La pequeña chillaba tirada en la acera. Había salido corriendo y tras cruzar la puerta de su casa se tumbó a patalear y llorar para que todos la vieran. “¿Pero qué te pasa?”, le dijo una vecina. ¡Aaaahhhh! Gritaba una y otra vez como única respuesta a las preguntas de la gente que se asombraba al ver su estado. “¡Aaaahhhh!”, dije de nuevo, hasta que por fin pude contestar: “¡Que mi padre me arrancó un diente!”. Era un diente pequeño, que se movía desde hacía varias semanas, pero me lo habían quitado y no me acostumbraba a la pérdida por mucho que me aseguraran que pronto me saldría un nuevo incisivo mucho más grande y más fuerte. No lo entendía y no escuchaba los consuelos y los comentarios que se hacían a mí alrededor. Tenía unos cinco años y aquel comportamiento que hoy provoca risa no resulta tan simpático cuando se reproduce entre los miembros de un Gobierno nacional, hombres y mujeres supuestamente bien formados y preparados para gestionar los destinos del país. Igual que hice yo aquella tarde de mi infancia, Rajoy y su equipo se han dedicado a hacer oídos sordos ante la sociedad española. Resguardados por su aplastante mayoría han aprobado leyes y reformas en contra de todos. Así lo han hecho, entre otras, con la reforma laboral, con la ley de educación, con la ley de administración local, con la ley de tasas judiciales, y con todos los recortes que están imponiendo a los más débiles. Lo han hecho y si pudieran lo seguirían haciendo, de ahí el recorte de derechos y libertades que nos han preparado con su ley mordaza de seguridad ciudadana o mucho más reciente con la ley del aborto, que más bien podríamos llamar aborto de ley, pues ha generado un descontento y un rechazo tal que sus ecos suenan por toda Europa y, por supuesto, también se deja sentir entre sus disciplinadas filas. El fundamentalismo siempre resulta peligroso y con toda probabilidad los gobernantes han empezado a verle las orejas al lobo, de ahí que estén reculando en asuntos tan sangrantes como el copago sanitario, que no suponía ningún ahorro y sí un verdadero retroceso y perjuicio económico para los ciudadanos. Y tendrán que retroceder igualmente en esa legislación machista que no respeta el derecho a decidir de las mujeres, pues de lo contrario se arriesgan a verse dentro de dos años como aquella niña que lloraba desconsolada por la pérdida de lo que consideraba una propiedad y que, sin embargo, no suponía, ni supondrá, más que un paso necesario para poder avanzar.