El abogado Antonio Garrigues Walker, no por conocido en la Isla menos capaz de congregar a la audiencia, llenó el pasado lunes el salón de actos del Casino de Tenerife para deleitar a los presentes con su receta para salir de la crisis. Una receta, y es rasgo dominante en el personaje, dominada por el optimismo irredento de un hombre que ha liderado la construcción de uno de los bufetes de abogados más prósperos de Europa. De Garrigues llama la atención, por encima de todo, su profesionalidad. Tengo la impresión de que su exquisita amabilidad, la pasión con la que afronta cualquier conversación ante cualquier interlocutor, tiene que ver por encima de todo con la autoexigencia de recordar en todo momento que a fin de cuentas su estampa está asociada con una firma, una marca, una reputación, una manera de hacer las cosas. Y esto es igual de importante en la juventud que en la senectud, sobre todo si, como es el caso, el conferenciante es un joven de casi ochenta años que no ha perdido un ápice de su curiosidad por la vida. Garrigues sigue frustrado por su estruendoso fracaso en la polÃtica española, como lÃder de la operación reformista masacrada en los comicios generales de 1983. Se le nota porque repite este amargo recuerdo en cada charla, aun disfrazado con referencias jocosas que arrancan, como pasó también el lunes, sonoras carcajadas del respetable. Fue el único intento claro del liberalismo español para buscar un sitio propio en el universo polÃtico de nuestra joven democracia, y salió terriblemente mal por errores de estrategia ya lejanos, pero no olvidados por sus protagonistas. De liberalismo habló el abogado ante su entregada audiencia, para dejar claro que el pensamiento liberal es por encima de todo un modo de estar en el mundo y de actuar en sociedad, muy distinto de la praxis utilizada por la partitocracia actual, obsesionada por el intervencionismo en nombre de la propia hermandad: oligopolios, polÃticos que usan la puerta giratoria, nombramientos con carné en el Tribunal Constitucional, medios de comunicación públicos y otros tantos excesos bien conocidos. Todo esto es corregible, porque los males de nuestro sistema polÃtico no son ninguna maldición biblÃca, son el resultado de nuestros propios actos. En un mensaje a los jóvenes y la corrupción, Garrigues lanzó una sentencia de Savater a su vez relacionada con la rebeldÃa de Albert Camus: el ciudadano que actúa bajo los criterios de la ética es más feliz que aquel que violenta a sabiendas sus propio marco conceptual y sus principios, porque a fin de cuentas nadie puede esconderse de sà mismo. Ahà quedó eso.
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