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El atril – Por Fernando Jáuregui

   

Un nuevo atril. Esa parece ser la solución a muchos males: otro atril. Que tenga la luz suficiente para que el Jefe del Estado no titubee a la hora de leer, como le ocurrió el pasado día 6, durante el patético acto de la Pascua Militar. Ahora, el Rey tiene otra comparecencia pública próxima, en un par de semanas, en el Palacio de Oriente: la tradicional recepción al cuerpo diplomático. Y ahí, me dicen, el Monarca quiere dar el do de pecho, resarcirse de lo que sabe que le salió mal. En parte, por el atril, dice, o le dicen. Y no es verdad. De nada sirve maquillar -como hicieron con su rostro en una revista- la verdad: la capacidad física de don Juan Carlos está mermada, como lo está su estado anímico, también cuentan, tras el varapalo de la confirmada -pero esperada- imputación de la Infanta Cristina. Lo diré claramente: el Rey, que ha sido, y es, un buen Rey, con claroscuros, no podría ahora repetir la gesta de aquella tarde-noche del 23 de febrero de 1981. Ni puede realizar largos viajes, aunque ya tiene uno planeado a una capital extranjera cercana. Hay muchas cosas que el Monarca no puede hacer, aunque se empeñe en creer lo contrario, comenzando por pasar revista a las tropas. Y sí, todo ello importa, cuando los más extremistas de los fanáticos catalanes han convertido la imagen del Jefe del Estado en un blanco, cuando el hombre que controlaba las cumbres iberoamericanas tiene que estar representado por un vídeo, cuando la persona que más representa a la marca España ofrece un aspecto tan poco dinámico. Sé perfectamente que es el propio Monarca quien así lo quiere, seguir a cualquier precio, pero así no debe ser. Siento, perdón por la autocita, un profundo afecto por el ciudadano doliente y solitario Juan Carlos de Borbón y un enorme respeto, pese a ciertas decepciones, por el actual Rey de España, prudente y tantas veces -la última, la pasada Nochebuena- sabio. Tiene un magnífico sucesor, se ha ganado el descanso y también la admiración de la mayoría por su trayectoria, llena de cosas positivas. Debe irse, aunque sea para dar consejos desde una relativa sombra y representarnos donde pueda hacerlo, antes de que el grito pidiendo el relevo sea un clamor y, entonces, haya de hacerlo por la puerta de atrás. Quien le diga que permaneciendo con las botas puestas hasta el último minuto presta un servicio a España, le está perjudicando. Y a todos nosotros, los ciudadanos de un país que queremos grande, renovado, moderno, ejecutivo, también nos perjudica. Y no, el problema no es el atril, ni la iluminación, ni la lluvia. Él, que tantos días fue la solución, sabe, sospecho, cuál es el problema, una parte del problema.