Antonio Gómez Ortega, el director de una sucursal de Caja Madrid en Linares que fue despedido por cuestionar las preferentes, no era exactamente un banquero, sino un empleado de banca, que no es lo mismo. Sin embargo, muchos directores de oficina de Caja Madrid creyeron, en los años salvajes de Blesa, que sà era lo mismo, pues la colocación masiva desde sus sucursales de productos-trampa de ahorro a sus clientes les proporcionaron una porción de la tarta que hasta entonces habÃa sido de disfrute exclusivo de los grandes barandas de la entidad. Esa pequeña porción compuesta de bonus, viajes e incentivos diversos sellaba la adhesión, el pacto de pasta, con las alturas de la empresa, produciéndose con ello la defección hacia los clientes de toda la vida. Como los polÃticos, que se pasaron con armas y bagajes al Estado y sus comodidades, dejando sin amparo a la ciudadanÃa, asà gran número de directores de sucursal desertaron absolutamente de la clientela para instalarse, eso creyeron, en el zaguán del Consejo de Administración. De empleados de una Caja de Ahorros a banqueros, tal fue lo que se les vendió y que ellos compraron a base de vender productos fraudulentos de ahorro a sus clientes. Antonio Gómez Ortega no, no llegó a creerse que la lealtad a la empresa, al Consejo de Blesa, tuviera que ser incompatible con la lealtad al cliente. No fue el único, pero sà uno de los pocos. Hubo tres tipos de directores de sucursal de los que timaron a la gente: los que no sabÃan qué eran las preferentes y que con ellas el cliente perderÃa, sà o sÃ, buena parte de sus ahorros; los que sabÃan muy bien de qué se trataba esa basura; y los que no sabÃan pero tampoco querÃan saber. Antonio Gutiérrez perteneció, al principio, al primer grupo, y le levantó a la gente más de dos millones de euros con esa estampita, pero luego pasó, por el dictado de su conciencia y porque alguno de los estafados le iba a sacudir si no le devolvÃa las perras, a ese otro grupo que a la entidad se le antojaba inaceptable y carne de despido, el de los que se arrepintieron al descubrir el pastel e intentaron ponerle remedio. ¿Cuántos hubo como Antonio Gómez? Pocos. Los demás se creyeron, con todas sus mefÃticas consecuencias, banqueros.