Es indudable el éxito histórico de las sociedades de raÃz anglosajona, con una matriz inicial británica continuada por las norteamericanas y las de OceanÃa. Un éxito comparable al obtenido por las sociedades nórdicas y centroeuropeas, y, fuera de Europa, por la sociedad japonesa, con algunas secuelas importantes como la coreana del sur. En todos estos casos es posible encontrar en esas colectividades una consistente moral pública y una ética cÃvica y del trabajo, con un evidente origen religioso, pero plenamente secularizadas. Son sociedades vertebradas, en las que sus miembros se sienten integrados, y asumen y comparten un pasado común y unos valores comunes. Y que, incluso, han superado importantes derrotas militares para convertirse en impulsores de la economÃa mundial. Baste comprobar lo sucedido en Alemania y Japón. El caso chino es un caso singular de transición por la incidencia de un factor polÃtico de base comunista ajeno a su cultura tradicional, aunque está derivando rápidamente hacia un modelo de tipo japonés.
En contraposición a estos éxitos históricos, es fácil constatar el fracaso de sociedades como la española o la rusa, un fracaso que, por lo que a nosotros respecta, hemos trasladado a las sociedades hispanas de América, mientras las sociedades eslavas de los Balcanes participan del fracaso ruso. Un fracaso que ha originado sociedades desarticuladas y desiguales, carentes de una moral pública y una ética cÃvica y del trabajo compartidas. Sociedades en las que sus miembros no se reconocen, y que no asumen ni comparten un pasado común ni, por supuesto, unos valores comunes. En estas sociedades impera un sentimiento generalizado de rebeldÃa, de desobediencia civil e incumplimiento de las normas, porque el poder se considera ilegÃtimo y se supone que la clase polÃtica, los grupos dirigentes, viven instalados en la corrupción y solo buscan su propio beneficio. Y utilizan las normas para lucrarse en detrimento de las mayorÃas desfavorecidas.
En las sociedades del primer grupo se han implantado sólidas democracias representativas. En las del segundo impera la corrupción, la picaresca y la desigualdad. Las sociedades del primer grupo se caracterizan por haber sido conducidas históricamente por elites gobernantes honestas, lúcidas e ilustradas. Las sociedades del segundo grupo por todo lo contrario. Y asà hemos llegado en España a sufrir una clase polÃtica igual de corrupta que las clases polÃticas que sufrimos en el pasado. En nuestro caso la historia de repite, y la corrupción social y polÃtica no es ninguna novedad, es una lamentable constante en nuestro devenir histórico.
Como consecuencia de todo lo anterior, no es de extrañar que el anarquismo español, junto con el ruso, haya tenido una enorme implantación social y polÃtica hasta fechas muy tardÃas (en España hasta la última guerra civil). Y que el terrorismo haya perdurado entre nosotros hasta nuestros dÃas (sin sospecharlo, en eso los vascos han sido muy españoles). Sin contar con otras consecuencias no menos importantes, como la idea generalizada de que los derechos no tienen lÃmites y se ejercen como cada uno quiera, y no de acuerdo con las leyes que los regulan y limitan. O la otra idea de que ganar unas elecciones implica obtener una patente de corso para apoderarse del Estado y de todas sus instituciones.
El análisis precedente nos puede ayudar a comprender lo sucedido en Burgos; a entender por qué una obra aparentemente beneficiosa para toda la población en el bulevar del barrio de Gamonal, una obra que conlleva la peatonalización, el ajardinamiento y la construcción de un carril bici y de un aparcamiento, se convierte de repente en un foco de violencia.
Se trata, además, de un proyecto que el Partido Popular, el partido más votado en el barrio, llevaba en su programa electoral, una promesa electoral que, por una vez, iba a cumplir. Algunas opiniones hablan de la crisis como detonante de los sucesos. El Ayuntamiento burgalés ha aplicado en los últimos tiempos importantes recortes en la financiación de sus programas sociales, y mucha gente piensa que las obras del bulevar no son una prioridad.
Sin embargo, la causa inmediata del conflicto parece residir en lo de siempre: se dice que el adjudicatario de las obras es un constructor cercano al Partido Popular. En definitiva, una muestra más del descrédito general de la polÃtica española, de la falta de ejemplaridad de nuestra clase polÃtica y de la sensación de hartazgo en una sociedad, que comprueba impotente que son siempre los mismos contratistas, próximos a los principales partidos, los que consiguen las obras de la Administración.
Claro que una protesta vecinal que pudiera ser legÃtima en sus orÃgenes pierde toda legitimidad ante las imágenes de encapuchados rompiendo escaparates, destrozando vehÃculos y mobiliario urbano, y quemando contenedores. Una guerrilla urbana de grupos anti sistema de profesionales de la subversión, presentes en todas las algaradas a lo largo de nuestra geografÃa, y de los que habrÃa que preguntarse quién los financia y quién los organiza. En resumen, Burgos representa un episodio más de nuestro irremediable fracaso histórico, de nuestro anarquismo auto destructivo y estéril. Porque Burgos somos todos.