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Camas – Por Francisco Pomares

   

Rivero ha vuelto a liarla con sus declaraciones asegurando que 400 pacientes canarios ocupan camas públicas estando en condiciones de irse a sus casas, pero sus familiares no los recogen. El hombre no es precisamente muy diplomático: cada vez que se le ocurre hablar de asuntos socialmente complejos o polémicos, tiende a trivializar y la lía. El hecho es que sus declaraciones abrieron los noticiarios nacionales y se convirtieron en portada de todos los medios. Quizá la expectación provocada por las declaraciones de Rivero radica en la apreciación de que el comportamiento de los familiares que dejan a sus ancianos en los hospitales responde a “una cuestión cultural” (sin aclarar si característica de Canarias o de las sociedades desarrolladas), lo que ha provocado que algunos opinadores se rasguen las vestiduras hablando de grave insulto al honor de Canarias y a los canarios. Yo no creo que se trate de una cuestión de honor. Aquí estamos ante un problema real, que no ocurre exclusivamente en las Islas (se reproduce en la mayoría de las regiones españolas que no desarrollaron durante las vacas gordas una adecuada política asistencial) y que aquí puede verse agravado por ser Canarias el territorio en el que porcentualmente se presta a los mayores e incapacitados menos atención amparada en la hoy descafeinada ley de dependencia. Además, en los últimos 10 años se ha producido una modificación sustancial de las pirámides de edad en Canarias, que hoy tienden más a la figura de la seta que a la del triángulo. El envejecimiento de la población, una de las claves de la sociedad occidental actual, se ha precipitado en Canarias con un parón muy rápido de los nuevos nacimientos. Y no estábamos preparados para hacer frente al aumento porcentual de la vejez. Las administraciones de la Autonomía se volcaron en la Educación y en la Sanidad, pero prestaron poca atención a la Asistencia Social. Y hoy no hay recursos para hacerlo, cuando muchas familias de las Islas son incapaces de cuidar de sus mayores, y otras consideran que están mejor atendidos en los hospitales que en sus casas. Después de ingresar a los viejos por problemas más de carácter crónico que por urgencias, demoran el hacerse cargo de nuevo de sus ancianos. No es sólo un problema de insolidaridad con los viejos (que también lo es) sino en muchos casos de imposibilidad material para ocuparse de personas con dificultades motrices, demencia senil y otras patologías asociadas a la vejez. Reconocer la existencia del problema no es asumir que en Canarias somos más o menos desalmados que en otros lugares. Somos básicamente iguales que en Navarra, por ejemplo. Lo que pasa es que allí hay un centro de mayores en cada barrio. Aquí se optó por hacer polideportivos que hoy están en muchos casos vacíos.