Durante el dÃa y la noche, los miembros del grupo lo buscaban por los recovecos de la ciudad, desde los callejones más lóbregos a los tejados más altos. Con prismáticos, se fijaban en las copas de los árboles, esperando que el más mÃnimo movimiento dejara al descubierto su presa: un hombre austero. El hombre que, poco a poco, dejó de ser uno más de la multitud para ser el único, el centro de atención de aquella población diferente. Aunque, según los ojos que lo vieran, la concepción era diferente. Para ellos, él era el rebelde, el malhechor y violador de la nueva forma de vida que allà se desarrollaba; para él, ellos eran los delincuentes, los sinvergüenzas y, lo que es peor, los cazadores de su tiempo, vida y forma de disfrutar su alrededor. Los cazadores de su libertad. Y él, el cervatillo que debÃa esconderse tras el primer arbusto que encontraba para poder sobrevivir. Su especie, sin él, se extinguirÃa. La idea de desaparecer superaba los lÃmites de su mente. QuerÃa sobrevivir a aquella masacre que habÃa terminado con sus vecinos, sus amigos e, incluso, con su propia mujer.
También habÃan conseguido atrapar al señor del kiosco, a pesar de su labia: pobre hombre. Para recuperarlos, debÃa hacer algo sencillamente complejo: unirse a ellos. Entrar en su dinámica, su mundo hasta entonces desconocido y ser devoto de lo que parecÃa un ente sin sentido. Dubitativo, escribió los pros y los contras en el primer papel que encontró. Ver a su familia por encima de sus creencias; ser uno más dentro de un mundo que no es el suyo… Pero la balanza, por mucho que intentó acabar en pros para acabar con esos meses de huida, terminó dejando a los contras por los suelos. Pesaba más su pensamiento, asà que alejó de su mente cualquier intento de rendición. Lejos también comenzó a quedar el papel donde, desde la copa del árbol más viejo, realizó su balanza en tinta. Con él, el movimiento en vano que aquellos sicarios esperaban. Nada más tocar su lista el suelo, prismáticos y revólveres apuntaron a lo alto. No sé si no pudo actuar más rápido o prefirió mantenerse inmóvil… Quién sabe. Lo mataron. Dispararon sin piedad, asesinando al último ciudadano de la pequeña gran ciudad. Ahora todos eran consumidores. Ya no quedaban ciudadanos… Ya no.
@arunchulani