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Las claras y el pararrayos – Por Juan Pedro Rivero

   

Tenía muchas ganas de tratar este tema. Como todos sabemos a través de los medios de comunicación, durante la pasada tormenta que hemos sufrido en las Islas se produjeron más de 3.000 rayos, con sus respectivos truenos, en los cielos de Tenerife. Uno de ellos rompió el techo del presbiterio de la iglesia del monasterio de las Claras y reventó la instalación eléctrica de la mitad del edificio. Un milagro que no hubiera víctimas mortales. Ese monumento histórico y de interés cultural fue restaurado hace poco más de un año. Y, en dicha restauración, nadie se dio cuenta de la importancia, ni hizo caso a la abadesa, que pedía la colocación de un “pararrayos” sobre el tejado del monasterio. Desdecía de la estética del edificio. Ahora, después de los hechos ocurridos, no sólo uno, sino dos pararrayos serán colocados en los techos del monasterio. Sólo nos preocupamos cuando le vemos los dientes al lobo. A veces cuando sufrimos sus dentelladas. De la misma manera que del pararrayos de las Claras, no valoramos la salud sino cuando la perdemos. Anticiparnos y prever el futuro, con sus circunstancias múltiples, es tarea de la prudencia que debe ilustrar el compartimento de las personas, especialmente si tienen responsabilidades sociales o públicas destacadas. Atisbar el futuro, asomarnos al mirador del tiempo y observar con ojos contemplativos por dónde hemos de andar para alcanzar el destino. Eso ya lo hacen las monjas claras, y catalinas, y cistercienses, y concepcionistas en nuestra comunidad, cuando de ordinario se convierten es pararrayos en oración, suplicando por quienes no rezamos o lo hacemos insuficientemente. Es la imagen actualizada del profeta Moisés sobre el monte, con los brazos extendidos, mirando a Dios, para que triunfe el pueblo en la batalla. No las vemos, a no ser que un rayo las coloque en la portada de la prensa, pero están ahí; pidiendo por el triunfo de este pueblo en la batalla de la vida; colocando delante de Dios las necesidades y peticiones de todos, creyentes y no creyentes, como pararrayos espirituales de la sociedad. Su labor callada y oculta más valiosa no es la elaboración de dulces de recetas centenarias, la confección de ornamentos o la encuadernación de libros… No, su gran labor social, y ojalá cada día la valoremos más, es entregar la vida a Dios como ofrenda orante en favor de sus hermanos, lo reconozcan o no, lo valoren o no… Bienvenidos los pararrayos.

Juan Pedro Rivero es RECTOR DEL SEMINARIO
@juanpedrorivero