Cuando trabajar no evita la pobreza. Según los datos de Eurostat, en 2012 España era el segundo país de la Unión Europea con más ciudadanos trabajando que se encontraban en situación de pobreza relativa; es decir, sus ingresos disponibles no alcanzaban el 60% de la media de la renta de los españoles. Algunos trabajaban a media jornada, otros cotizaban la mitad del tiempo que estaban en su puesto y muchos tenían que pagar una hipoteca y hacerse cargo de una familia con un sueldo mermado a lo largo de los años de crisis. Cada uno arrastraba sus miserias, pero acudía a su trabajo cada mañana, o cada tarde, para cobrar un sueldo con el que era incapaz de llegar a fin de mes.
Hasta hace poco, un trabajo era sinónimo de inclusión social. No era una casualidad. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos está escrito que “toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social”. Cuando acabó 2012 más del 12% de los empleados españoles no solo no cumplía los requisitos para entrar en la clase media, sino que ni siquiera había dejado de ser pobre a pesar de contar con un trabajo. Solo los griegos presentaban un porcentaje más dramático en la Unión Europea. Los recortes en el estado de bienestar se sucedían día tras día sin descanso. Estar en el paro es complicado y dejar de recibir cualquier tipo de prestación, una auténtica tragedia. Pero, ¿qué hacemos cuando trabajar no es una solución para algunos? ¿Nos hemos olvidado de luchar contra la precariedad?
Desde que empezó la crisis no han dejado de decirnos que España necesita más movilidad laboral, que la escasa flexibilización del mercado ha sido causa y explicación, también, del enorme desaguisado en el que andamos metidos. No nos dijeron, sin embargo, que apostar ahora por esas medidas es enviar a millones de personas a malvivir a sus casas y que hoy lo único que es muy fácil es bajar de clase social. Se puede pasar de la clase media a la pobreza en menos tiempo del que imaginamos. Y, a veces, ni siquiera hace falta quedarse sin empleo. De las dos maneras, no lo olvidemos, perdemos la dignidad que nos quiso otorgar esa declaración de derechos humanos que hoy se ha vuelto efímera y voluble.