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Culpable – Por Indra Kishinchand López

   

Miró a su alrededor; el juicio estaba a punto de comenzar. Tenía miedo. Daba vueltas por la sala con su bolígrafo en la mano. Nunca sabía qué hacer con las malditas manos cuando le tocaba hablar en público. Si las guardaba en el bolsillo le acusarían de indiferente, si las movía demasiado, hiperactivo.
Pero no era ese el cargo que se le imputaba aquel día. Se sorprendió al darse cuenta de que el juez, los asistentes a la sesión, e incluso su propio abogado, tenían su rostro. Todos le miraban con dolor, con rabia. “¿Cómo has podido hacerlo?”, preguntaban cientos de ojos. ¿Y cómo responder? Él tampoco lo sabía. Estaba siendo juzgado por sí mismo, para sí mismo y por actos delictivos que habían cometido otros. Bueno, es verdad, quizá la ley no los contemplara como delitos… Todavía. Entonces dijo: “¡Se levanta la sesión!”. Decidió parar aquel linchamiento (privado) contra su propia figura. Comprendió que no podía controlarlo todo, aunque quisiera. Muchas veces sentía un deseo irrefrenable de gritar, de romper la vida, de acabar hasta sentir el mar; si no se podía hacer cargo de todos sus sentimientos, ¿cómo iba a sentirse culpable por lo que hicieran otros?

Pero nadie sabía destruirse como él. Ya se lo había dicho Juan Carlos Abril: “Contra ti mismo cuántas veces;/cuántos modos conoces/de hacerte daño”. Miles de veces. Miles de formas.