Quizás si escucharas… O te escucharas a ti mismo. Cualquiera de las dos opciones me vale. Usas los mismos esquemas para hablar, frases hechas, tu caracterÃstica muletilla. Lecciones aprendidas en la escuela, en la calle o en la tele. Las últimas ideas las tomas de las redes sociales, ahora sabes moverte ahÃ. Las más radicales ya pertenecen a la disciplina de partido. Las tienes grabadas a fuego y forman parte de tu colección privada. No importa si perdieron el sentido, andas sin tener conciencia de lo que dices. Te lavaron bien el cerebro. Ideales disfrazados; verborrea sin significado. No hay reflexión. Usas al interlocutor de sparring, el modelo sobre el que proyectar la carga de información acumulada. No miras sus ojos, está ahà para eso, para soportar tu intervención. Se lo tiene que tragar por narices. La comunicación es plana, sin sentimientos, funciona por estÃmulo-respuesta. Toda acción tiene una reacción, está prefijado. De todo sabes. A todo vas. Nunca te paras a pensar lo que dices y quien te escucha tampoco lo hace, asiente o niega, pero no interactúa. Tú harás lo mismo, no prestarás atención a lo que diga, no verás las emociones en su rostro. Con el automatismo al que estás acostumbrado irán saliendo las respuestas en rojo o en azul, según en la bancada que estés, no hay más opciones. Rebatirás y discutirás motivado por frases que generan otras frases. Seguirás igual hasta la saciedad. Una y otra vez usarás los mismos tópicos en bucle, volverás a los mismos datos, contarás las mismas batallas, repetirás los mismos argumentos, aludirás a la misma anécdota, proferirás los mismos insultos, le echarás la culpa a los mismos. No te dará vergüenza porque no la tienes. Crees que estás en tu derecho, que esa es tu función, las urnas y un acta te otorgaron el poder. Por eso sonrÃes, por inconsciente. No eres capaz de atender a quien te habla, mucho menos al que te suplica. Hoy regresas al hemiciclo, qué diferente serÃa si escucharas, qué diferente serÃa si te escucharas a ti mismo.