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Divorcio intermunicipal – Por Miguel L. Tejera Jordán

   

Esta columna, contra mi gusto, está tomando cuerpo de crónica del corazón. Porque, si el domingo pasado les hablaba de la cancelación de la boda entre Carlos Alonso, presidente del Cabildo de Tenerife, y Antonio Alarcó, capitoste del PP provincial e insular, a cuenta del anillo insular, inconcluso, alianza que se ha roto porque los padrinos Paulino Rivero y José Manuel Soria andan a la greña total, pues ahora resulta que se produce el divorcio entre José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz y Juan José Cardona, alcalde de Las Palmas. Cardona, como es del PP y por tanto de derechas, se ha bajado del colchón conyugal por el lado derecho del catre, como cabía esperar. Sin embargo, Bermúdez, como no se sabe bien qué es, no se bajó por el lado izquierdo, sino, al decir de un pajarito, por los pies del somier, al punto de darse con la cocorota contra las argollas de la cómoda de la alcoba conyugal…

Tras las elecciones de 2011, ambos se quisieron con locura, se abrazaron con pasión y se arrejuntaron (políticamente, se entiende, no me sean mal pensados) con lujuriosa voluptuosidad. Y tal ha sido el goce y deleite entre los dos, que la “cópula” política intermunicipal de los dos primeros ediles de las dos capitales canarias llegó a materializarse en excitantes escenas de ayuntamientos (nunca mejor dicho) que fueron la comidilla de los empleados del catamarán de Fred Olsen y los ATR 74 de Binter Canarias, conmovidos por el desenfreno concupiscente de los intercambios aéreos y marítimos de la fenomenal pareja.

Pero, héte aquí que estamos a mitad del mandato municipal de ambos. Y ha llegado el momento de formalizar la separación, para que la prole de los dos no se crea que el amor les va a durar toda la vida. Así que, como se casaron por el régimen de separación de bienes, van y escenifican la ruptura del contrato matrimonial para que la gente observe que no son iguales, que se parecen lo que una gota de agua con una castaña y que, cuando llegue la noche electoral próxima, y los dos aseguren su puestecito y su sillón en los dos consistorios, pues entonces volverán a las andadas, es decir, a nuevos arrumacos y carantoñas que les devolverán a la condición de romeos y julietas que representaron antes de una ruptura pactada.

Lo que pasa es que los invitados a la ceremonia ya somos prácticos en la materia. Y sabemos, después de varias décadas de democracia, que Bermúdez (CC) y Cardona (PP) son exactamente una misma cosa (como los son sus partidos): dos colegiales que se agarran de la mano en la pubertad y se pasean por las ramblas, o por Santa Catalina, mirándose perdidamente a los ojos.

Mientras, chicharreros y canariones estamos dejaditos de la mano de Dios. Pero la dejadez no cuenta. Y menos ahora que llegan los Carnavales, surtidor de votos para continuar montados en el machito, en el coche oficial y en el dólar, perdón, los euros que se embosta cada cual, o sea, ambos (both, como dirían los ingleses).