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Elías Santos Pinto – Por Luis Ortega

   

Por mi curiosidad y osadía y la generosidad de los protagonistas, sobre todo, acudía alguna vez en cuando a una tertulia que hizo época en los años que compartía el bachillerato con los primeros trabajos en DIARIO DE AVISOS. El marco era el Casino La Investigadora sólo recobró su nombre en la democracia -y el tiempo, la tarde vencida. Allí coincidí con personajes de la vida local- profesores, funcionarios, profesionales liberales -a los que profesé admiración por la elegante distancia que marcaron con los problemas diarios -¡bastante era tener que resolverlos!- y el rumbo intelectual, la fuga liberadora, de sus encuentros. Desaparecidos en su mayoría y presentes siempre en mi memoria agradecida, de aquel grupo heterogéneo emerge el singular Elías Santos Pinto (1927-1984), heredero de una ilustre saga que prestó relevantes servicios a la sociedad y cultura palmeras y que, sin ninguna sombra de petulancia, lucía en aquellas conversaciones por su sólida formación, por su bonhomía y por una excelencia -el sentido del humor- poco frecuente en aquellas hora grises, donde cualquier luz -y él la tenía- resultaba imprescindible. Me recuerdan que murió hace ahora treinta años y rebusco en las cajas de fotos alguna instantánea de un periodo en la que, por estricta obligación de supervivencia, la necesidad se hizo virtud y nuestra pequeña ciudad, con timbres, e ínfulas de grandeza, mantuvo las actividades de ocio con dignidad mientras las infraestructuras y las obras públicas, las migajas que salían del trágala provincial, llegaban como la pedrea de la lotería. Fue un personaje capital en la isla que nunca dejé del todo y, así lo sentí siempre, un referente de los valores que conformaron un estilo de vida propia, “un comportamiento con deje”, alejado del victimismo, la colisión y la irritada mendicidad que deparaban, un día y otro también, ciertas islas hermanas. En estos fríos días de enero, lo evoco con franco cariño y me siento muy cercano a Isabel Gómez Salazar, su mujer; a sus hijas, herederas del talento, la sensibilidad y el compromiso culturales; y me consuelo con el libreto de una obra que le dio a un veinteañero la oportunidad de trabajar con un trío de ases -Gabriel Duque, Luis Cobiella y Elías- en el último Carro Alegórico que recorrió la calle -como debe ser – en las fiestas lustrales. Para evitar el exceso de nostalgia, reproduzco -vertida al digital- una balada de amor -Tú eres mi paz- que compuso para nuestro Siso Gimeno, cuando éste triunfaba en la Venezuela de los setenta, y alguna reconversión de las estrofas de los enanos que volaban después de cada Bajada y repito que las instituciones públicas tienen una deuda inmaterial con este artista inspirado, agudo y discreto.