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La escena del sofá y la niebla – Por Esther Esteban

   

La escena del sofá ha salido bien, muy bien. Rajoy tiene motivos para estar contento porque no es fácil que a uno le den un chute de ánimo y autoestima, y menos que lo haga el presidente del que dice es el país más poderoso de la tierra. Me constan, perfectamente, los grandes esfuerzos que el equipo del de presidente del gobierno ha hecho para preparar este viaje de forma minuciosa sin dejar nada a la improvisación. La escena ha dado una hora de felicidad al presidente que acarrea dos años sin un solo día del respiro, y aunque recibió sobradamente la bendición de las urnas, el regalo en forma de votos ha estado envenenado por la dichosa crisis. Es verdad que Obama le dijo Rajoy que el paro sigue siendo un enorme desafío y nuestro país no debe bajar la guardia, algo sobradamente conocido por todos, pero le debió saber a gloria bendita oír del mismísimo inquilino de la Casa Blanca que el “gran liderazgo del jefe del gobierno español ha estabilizado la economía”. Liderazgo y economía son dos palabras que hacen grande o destrozan a cualquier personaje.

Cuando la economía va bien, el liderazgo se diluye pero si va mal ambas cosas queman al más pintado.
Rajoy es un superviviente, un hombre tranquilo que ha llegado hasta aquí, a lo más alto, después de tener que librar duras batallas políticas fuera y dentro de su partido y ahora tiene que dar el “do de pecho” para no salir chamuscado de su actual cargo y condición. Si no ha cambiado demasiado en los dos años que llevan la jaula dorada de Moncloa, el Mariano Rajoy que conocimos en su etapa tanto de ministro, de casi todo, como de diputado en la oposición, es un hombre que suele relativizar las cosas, especialmente las críticas si son coyunturales pero que no desfallece fácilmente ante los retos importantes. No lo hizo en los peores momentos del gobierno de Aznar, ni lo ha hecho en los posteriores envites que la vida política le ha planteado. Sus nervios de acero y su manera de dejar que le caiga la fruta madura sin cogerla nunca del árbol sacan de quicio a muchos pero también han servido para poner paños calientes a temas ardientes. Todos los presidentes del gobierno español aspiran a tener su foto en el despacho oval y Rajoy la tenido a los dos años de llegar al poder, lo cual casi es un récord teniendo en cuenta que la espera de Zapatero se quedó sólo en eso, porque, ¡claro! a patriotas no les gana nadie y su feo a la bandera no es de las cosas que allí se perdonan, y menos se olvidan. Para dar por zanjado definitivamente el asunto de su antecesor una década después del desplante del presidente Zapatero, Rajoy hizo una ofrenda floral en el cementerio nacional de Arlington, el único que alberga los restos de soldados fallecidos en todos los conflictos bélicos donde han combatido tropas del país desde su fundación y donde está por ejemplo la tumba de John F. Kennedy. Nada se dejó al azar y el simbolismo y el pragmatismo han hecho piña en este viaje.

Rajoy, acompañado en el viaje por el ramillete de empresarios más importante de la marca España, se ha dado un respiro y hasta se permitió bromear con Obama sobre la fórmula mágica para ganar un mundial de fútbol, un broche perfecto a una visita exitosa.

Eso sí, pasado el espejismo y la euforia de la palmadita en la espalda, el presidente, ya en el terreno práctico, tiene por delante el gran “desafío” de los cinco millones de parados, lo que nos sitúa prácticamente en el farolillo rojo de Europa.

Yo no dudo de que los parámetros económicos empiecen a dar signos de recuperación pero, de momento, para el común de los mortales eso es sólo un espejismo y llegar a fin de mes sigue siendo heroico, especialmente para el millón y medio de familias con todos sus miembros pasando los lunes al sol que ya no es sol sino una espesa niebla que no les posibilita ver ningún tipo de horizonte. O despeja ya o ése será el gran fracaso de este país con foto en el despacho oval o sin ella.