Descubrió aquella mañana, al deshacer el enredo de sábanas en el que habÃa anidado esa noche, que habÃa dejado de regirse por sus propias normas. Por aquellas reglas que durante años, ya muchos, habÃan sido las cuadernas de su existencia y que sin duda le habÃan permitido seguir a flote, superar embates y tempestades, manteniendo siempre una singladura sin traiciones a sà mismo. Empeñado en recuperar la orientación de su brújula vital se guió por las estrellas para recuperar el camino; oteó los atisbos de la tierra prometida en el horizonte; se emocionó con la aparición en el firmamento de gaviotas que anunciaban la costa anhelada. Sin embargo, ante cada fogonazo de esperanza continuó coleccionando decepciones y nunca se sintió, de nuevo, en el camino. Deambuló de un lado al otro del mar, se alejó de lo que creÃa que eran las rutas conocidas. Buscó amparo y refugio en calas amigas, se acercó a puertos ahora hostiles, en los que recordaba haber estado viviendo momentos felices; pero de todo aquello ya solo quedaban en las tabernas toneles, mesas vacÃas y rones añejados. Decidió entonces que cada amanecer enarbolarÃa su blanco velamen; limpiarÃa la cubierta de la embarcación a fondo; mimarÃa sus viejos instrumentos de navegación y surcarÃa el océano para reencontrarse. Sin rencor, odio, vergüenza o reproches que, al igual que poderosas rémoras, le impedÃan avanzar o desviaban su atención y el itinerario de vuelta a casa.