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después del paréntesis>

Infantas – Por Domingo-Luis Hernández

   

Un entendido en estas lides confirmó que los delitos imputados a Cristina de Borbón supondrían seis años de cárcel. ¿Eso, de confirmarse, significaría que la realiza española anda por el final del camino? No es el asunto; el asunto es que dos personas allegadas a la realeza (una por vía directa y otro por casamiento) andan en apuros y el tal apuro hace temblar los cimientos de la admirada institución. ¿Cómo y por qué los duques de Palma se dieron en amañar el ardite que los tiene en el punto de mira de la justicia y de la prensa mundial? La razón más plausible es que lo fue porque uno es el marido de una infanta y la otra hija de un rey. Esta sentencia, de todas formas, no se sigue en otros lugares del mundo que conocemos, como Dinamarca, Suecia, Noruega o Gran Bretaña, que tienen reyes. A diferencia de lo que allí ocurre, en España la realeza está investida de inmunidad y de una opacidad tan prominente que marea en algunos casos, como el asunto que nos ocupa o cuestiones más personales que afectan al rey, cual es sabido. El juez Castro confirma en su exhaustivo auto el caso. Entre otras muchas materias, una: “Nunca tributó los gastos sustraídos de Aizoon en las declaraciones del IRPF”.

De donde los adalides de la Agencia Tributaria y de la Fiscalía Anticorrupción, según parece confirmarse, andaban de romería por entonces. Nada concluyente, de todas formas, porque el ruido es atronador. De ahí que el Estado afine armas. Déjese a Urdangarin solo, que tiene físico con que responder, que la esposa no se enteraba de nada (cual declararon otras allegadas en sendos asuntos de corrupción). Mas lo hecho hecho y con lo hecho cuestiones sobre las que en cualquier país civilizado los responsables habrán de responder: pagos temerarios (vajilla, clases, reforma del palacete, viajes…) y tres facturas falsas para distraer. Y eso es lo que nos pone a hablar a solas: Hacienda, esa que nos retiene la declaración anual por 25 euros, las dio por buenas. Habrá recosidos, por tanto; es previsible. No será raro que la derecha monárquica de este país saque monstruos a la plaza pública.

El juez Castro que se ate los machos, por meterse donde no se debe meter, que somos divinos y por la paz duradera se nos reconoce y envidia en todos los rincones del planeta. Además esta España está llena de rojos y de petimetres soñadores con la bandera tricolor. Cabría sacar al señor Rodríguez Zapatero de su retiro porque, pese a lo que afirma y confirma, un hijo de padre y abuelo republicanos no es de fiar. Parca, raquítica, primitiva e impúdica insignia se compone aquí. Porque quienes de verdad deberían salir en procesión de penitencia por las calles son los monárquicos, dada la siniestra imagen que nos proporciona la monarquía que defienden de manera incondicional.

En una democracia seria cabría contraponer a lo que ha ocurrido y ocurre un plebiscito sobre qué modelo de Estado habremos de reponer. Eso, por ahora, no se juzga. Se expone que unos individuos por su posición se lucraron, a fuer de desarticular normas básicas. Luego, si el Estado persiste en el disimulo, es este Estado el que varía el modelo de Estado, y Hacienda y el poder judicial lo tendrán que explicar y con detalles. Si eso no ocurre, acaso la princesa habrá de visitar la cárcel y en ese caso la monarquía española completará su verdadero retrato. ¿Lo uno por lo otro, es decir, oídos sordos en la próxima declaración de la renta a fin de que nadie se manifieste? País de locos.