Calles vacías, las tiendas ya no presumen de escaparate, las luces tampoco brillan regalando esperanza. Ahora sólo queda invierno, largo y oscuro. El músico reta a la estación con una caja de zapatos, un par de monedas y el viejo acordeón. La tarde fría como sus dedos. Anónimo, sin disco, tampoco tiene web, ni tan siquiera fan page. No publicó su evento y decidió rodearse de un público casual, el que quiere se para, el que no, prosigue su camino. Preso de su habilidad para sacarse unas perras recorre su repertorio, lo mismo My Way, de Sinatra, que el Vals número 2 de la Suite de Jazz número 2 de Shostakovich. No necesita programa o equipo técnico, tampoco precisa de juego de luces ni de grandes escenarios. Sólo él, independiente, en estado puro, dueño de su propio fraseo. Música sin recursos ni adornos, es lo que ves, ni más ni menos, no hay trampa ni cartón. Suena la necesidad del que pide con una voz diferente. Cada nota, incluso en los pasajes más alegres, rezuma la nostalgia del que anhela. Pese a todo, pone color a un día falto de él.
A la mente del que escucha viajan sentimientos, recuerdos, pensamientos, algún pelo se eriza… Así se siente lo que pensara Nietzsche: “Sin música la vida sería un error”. Él, tras un leve gesto con la cabeza, agradece los céntimos que tintinean junto a sus hermanos; luego vuelve a perder la mirada en el adoquín mientras disputa acordes y melodías. Tarde en La Laguna gris. La posma cala lentamente en los pocos paraguas que desafían la ciudad. El músico no pierde la paciencia y vuelve a repetir la secuencia como quien reproduce un disco; las inclemencias del tiempo no son las suficientes como para abandonar el oficio. Es un domingo callado, húmedo y apacible, sólo el arte de los sonidos rompe la monotonía silenciosa de la siesta y embelesa al que sabe escuchar. En la esquina de la antigua calle de la Carrera con Tabares de Cala, frente a la casa de los Riquel, se prodiga el milagro sonoro. Termino de subirme la cremallera de la chaqueta, ajusto mi gorra, miro al cielo, y mientras tarareo alguno de sus temas, emprendo el camino de regreso a casa.