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Jamón, pero no el del bocadillo – Por David Sanz

   

La víspera de Año Nuevo, en la cola de la charcutería de un supermercado, el hombre que iba delante de mí le pidió 150 gramos de “jamón serrano” a la dependienta. De aspecto humilde, con apariencia de tener una edad próxima a la jubilación y unas manos de haber dedicado toda su vida a trabajar en el campo o en la construcción, poseía, sin embargo, un destello de ilusión en la mirada que solo ves en los niños el día de Reyes o en los recién enamorados. Cuando la charcutera le señaló el jamón que estaba de oferta, frunció el ceño y le dijo: “No, el de los bocadillos no, que ese ya lo conozco. Me corta usted, señorita, el más caro que tenga”. La joven sonrió y cogió una pieza de mejor aspecto que la anterior para satisfacer aquel capricho, que más que gastronómico debía ser existencial por la pasión que ponía en sus palabras. Entonces, aquel señor se dirigió a mí, pero con un tono de voz tan alto que podría escucharse desde la sección de frutas y verduras, y me dijo: “Mire, yo nunca he comido jamón, jamón de verdad, del bueno, y este año quiero hacerlo. No me voy a morir sin probarlo”.

Aquella reflexión me dejó sin palabras y solo pude asentir con la cabeza a la contundencia de una resolución tan vital que seguramente vendría meditada desde hace mucho tiempo. Una escena, que me trajo a la memoria la película Plácido, pero al revés, es decir, la falsa caridad de los ricos para con los pobres de la película de Berlanga, ahora se transmutaba y era el humilde quien reivindicaba, con sus propios recursos, alcanzar, aunque fuera por un día, los placeres burgueses. Durante la cena de fin de año disfruté imaginando a aquel hombre en su casa, probablemente solo, saboreando cada una de aquellas lonchas de jamón en lugar de las uvas, como si fuera lo último que iba a hacer el resto de su vida, descojonado de la risa delante del televisor donde emitían cualquier programa hortera de esos que trufan la noche del 31 de diciembre. Supongo que algún meapilas pensará que acciones así son las que nos han conducido a la crisis en la que nos encontramos, porque los desgraciados que no tenemos seguros de vida ni una cuenta en Suiza nos hemos permitido aspirar a sentir los placeres reservados para las élites económicas. Esa misma mañana de fin de año, trasladaban a Bárcenas de la cárcel de Soto del Real a un hospital por sufrir una intoxicación. ¡Qué mal le sienta la comida del pobre al rico!