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después del paréntesis > Domingo-Luis Hernández

L’amour – Por Domingo-Luis Hernández

   

Emil Cioran, ese pensador rumano-francés de la modernidad al que no le gustaba que lo llamaran filósofo, lo contó de manera secreta y por eso lo conocemos. Hombre solitario por excelencia, autor, entre otros muchos libros, de El inconveniente de haber nacido, destacó por ser un polemista y provocador avieso. Fue un atento disidente de lo establecido, contumaz opositor de los dogmatismos y de la demagogia. Se ufanaba por estar siempre a contracorriente y ser uno de los más preclaros procreadores del cinismo (al estilo de Diógenes el Cínico o de Epicuro de Samos). Se escudó en una alianza contradictoria: la amargura y la ironía.

Desde el año 1936 se afincó en Francia y París fue su ciudad hasta la hora de su muerte en el año 1995, casi uno antes de la desaparición de su perseguido.

Allí vivía, pues, y desde el espacio en el que se alzaba su discreto apartamento, observó movimientos extraños en la calle. Bajó de su retiro hasta el mundo para husmear. Tal fue su inquietud, que movió a sospecha. Así es que uno de los agentes que protegían los movimientos del protagonista, se plató ante el pensador y lo detuvo. En una dependencia secreta de la seguridad parisina, Cioran manifestó su discrepancia por lo sucedido y expuso sus razones concluyentes. Se dio a conocer y el policía extrañado supo que habría de informar de lo acaecido a la personalidad en cuestión. Él recibió al gran Emil Cioran en su despacho. Y se lo explicó. En un piso cercano a la vivienda del filósofo se reunía con su amante.

Y por eso el vecindario se enmarañaba en esas ocasiones. El amante precavido era el gran presidente francés François Mitterrand. Ciorán suspiró por lo revelado y se emocionó. Una larga historia de poder y encuentros clandestinos corona la historia de Francia, desde los reyes que conocemos hasta los cenáculos “culturales” de las damas de postín en el siglo XVIII. Esa herencia sinuosa la disfrutamos hasta las horas presentes. Así es que cuando se descubrieron las infidelidades mutuas entre Nicolás Sarkozy (presidente entonces de la República) y Cecilia Ciganer Albéniz otra página añadimos a la crónica. Y más detalles reparamos al aparecer en la vida del dicho Sarkozy la apuesta Carla Bruni. O lo que es lo mismo, Presidencia de la República y buen gusto andan juntos.

Y para no hacer ascos a la tradición, François Hollande (que tampoco parece un dechado en virtudes agraciadas, como Cristiano Ronaldo, pongo por ejemplo) tampoco da el brazo a torcer. De manera que no es suficiente presentar a la bella Valérie Trierweiler como primera dama, aunque no la compartan del todo los franceses, sino que una joven y muy apuesta actriz (Julie Gayet) se interpuso en su camino.

Luego, más que una experiencia particular, en la República francesa parece que se expanden con crédito por el juego de tronos en el que si tú tanto el otro más. Y en ello se basa la pericia y la efectividad de los mandatarios.

El asunto es conmovedor, por tanto. No se trata aquí del machismo degenerado, pendenciero y funesto de un tal Berlusconi, sino de un modo de ser. “La vida privada es vida privada”, dijo. Y tal prodigio habría de exportarse al predecible sur. Cuentas hubo entre una tal Monica Samille Lewinsky y un tal Bill Clinton. ¿Pero imagina el lector renglones contrapuestos entre Barack Obama y su esposa Michelle? ¿Qué decir de Rajoy?

Que Valérie Trierweiler haya tenido que ser hospitalizada en París por el disgusto es emocionante. Por eso la conclusión, aunque algún obispo se ponga nervioso, que rey hubo en la Gran Bretaña que movió a cisma por esos menesteres: Francia es el modelo. De ahí que los niños vengan de París.