A buenas horas, mangas verdes. Válido para señalar la victoria del liberalismo salvaje sobre la cultura y contra la razón y para que la decisión del primer ministro Enrico Letta de nombrar a un general de carabineros para “salvar Pompeya y sus entornos de los delincuentes”, resulte inútil, tardía y hasta ridícula. Desde hace ocho años, arqueólogos y conservadores del yacimiento avisaron de los daños irreparables que la construcción de un centro comercial, a un kilómetro de las famosas ruinas, acarrearía a uno de los conjuntos más notables del mundo “y a los innumerables bienes ocultos y sin aflorar por falta de inversiones en la zona turística más importantes del Mezzogiono”. Sus protestas se toparon con el ayuntamiento de Torre Annunziata que, recalificó terrenos agrícolas y cedió un solar de diez mil metros cuadrados a una empresa con mínimo capital y, según varias fuentes, cercana a la Camorra, versión napolitana de la Mafia. Las advertencias técnicas quedaron en nada; las excavaciones para los cimientos del centro comercial, revelaron hallazgos singulares -desde restos domésticos e industriales hasta monumentos funerarios que, contra la obligación legal, fueron expoliados y sacados clandestinamente de la región- pero ningún organismo, local, regional o estatal -incluso la UNESCO fue tibia en sus denuncias- impidió el dislate. Activo y beligerante desde la primera hora, L’Expresso puso el dedo en la llaga con la connivencia municipal con la organización criminal. Con el título “Pompeya ha sido sepultada de nuevo” reflejó una nueva catástrofe -“originada por la codicia desmedida”- en la rica e histórica ciudad desaparecida bajo las cenizas del Vesubio en el año 79 y redescubierta en 1748 por iniciativa del rey Carlos, luego tercero de su nombre en la Corona de España. La actuación del jefe de gobierno italiano a destiempo y cuando, finalmente indignados, los italianos sensibles se hacen eco, y cruces, de las palabras de las palabras de la doctora Margarita Tuccinardi que certificó “la bárbara destrucción de un sector, a menos de un kilómetro del corazón urbano, que confirman la hipótesis de una ciudad industrial junto a Pompeya, que las excavadoras de los inversores no respetaron pese a las evidencias y a nuestras continuadas prohibiciones, mientras el municipio, la superintendencia y el propio ministerio guardaban un silencio cómplice”. “La llegada de los carabineros -manifiestan los técnicos- servirá para vigilar los precios y los robos de un centro de comercio y ocio”. Triste, tristísimo, que, en todas partes, cuezan habas tan amargas.