El arte de saber jugarse un farol consiste precisamente en conocer el momento exacto en el que hay que recurrir a este. La llamada telefónica que Kissinger realizó a el-Sadat, en plena guerra del Yom Kippur (1973), informándole que los EE.UU. iban a enviar material antitanque y repuestos para la aviación israelí, pues Tel Aviv estaba cerca de activar el Tercer templo, que no era otra cuestión sino recurrir a la opción nuclear contra Egipto y Siria. Cierto o no, tanto lo es como que Israel no define si realmente tiene capacidad nuclear; lo cual es el mejor as en la manga con el que mantener a sus vecinos a raya. El tiempo pasó y en la alcoba de Camp David, la diplomacia kissingeriana supo seducir a Egipto convirtiéndolo en un aliado crucial para las tesis occidentales en la llamada bisagra del mundo: Oriente Medio.
A falta de un nuevo Mubarak dócil y manso, Egipto se eterniza bajo una [cansina] transición programada y tutelada. Su alto valor estratégico y cultural como uno de los minaretes del mundo árabe; el peso del Canal de Suez para la economía global y el imperioso mantenimiento de la paz con el colindante estado judío, se antojan cual premisas más que justificables para no aceptar lo que las urnas dicten. Un lujo inadmisible. En otras palabras, el imperio movió, mueve y moverá, los cables necesarios para que sus intereses prevalezcan por encima del de los egipcios. Razón por la que el influyente ejército, en el poder desde 1952, es el mejor garante que Arabia Saudí y Washington pueden tener. Manu militari. Con los islamistas de los Hermanos musulmanes declarados como organización ilegal, Morsi zarandeado y una “nueva” constitución, sólo hace falta que surja un rais que consolide otras tres décadas de paz en el Sinaí. No hubo ni habrá esperpento alguno en forma de primavera árabe en Egipto; tal vez en Túnez sí, pero como habitualmente vengo apuntando, ¿a quién le importa la hermosa y en lo intelectual preparada Túnez?; ¿acaso tiene Canal o petróleo? Y es que ya van para tres años de aquellos románticos vientos de libertad y laicismo que quisieron barrer el Magreb y al igual que con Rommel sucedió, a las puertas del Nilo amainaron.