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Necesitábamos el albergue – Por David Sanz

   

Es legítimo preguntarse si en este contexto de crisis, donde hay muchas familias que están sufriendo necesidades, es correcto destinar fondos para financiar la construcción de un albergue para animales abandonados, como ha hecho el Cabildo de La Palma en los presupuestos para el presente año. La pregunta tiene un punto de demagogia, es verdad, pero tiene algo de lógica plantearla cuando conocemos que son muchos los niños que van a la escuela sin desayunar o son cada vez más las personas en el paro que se han quedado sin ningún tipo de prestación social, por poner casos extremos, pero reales, y tristemente cada vez más abundantes. Sin entrar en el complejo asunto de si los animales son o no sujetos de derechos, entiendo que la dignificación de su vida es una cuestión de principios morales que una sociedad como la nuestra no puede pasar por alto u obviar frente a otros requerimientos, por muy urgentes que sean estos. Y en La Palma, en este asunto, estábamos muy lejos de cumplir con unos mínimos, que se han cubierto o parcheado gracias a ciertas ayudas públicas, a la buena voluntad y el trabajo altruista de un grupo de personas que se han dedicado al cuidado y protección de los animales abandonados. Por eso considero una buena noticia que el Cabildo se haya decidido a invertir en este asunto, porque al menos da los primeros pasos para cubrir unos mínimos necesarios a los que no llegábamos. Preocuparse por el destino de los animales, que puedan crecer en condiciones dignas, no se contrapone con el esfuerzo social que hacen las administraciones por tratar de cooperar con aquellas personas que peor lo están pasando.

Al contrario, dignifica la sociedad que lo hace y extiende la vocación de justicia social de su praxis. No creo que haya quien piense de una manera convencida que por el hecho de que los perros y gatos tengan un recinto en condiciones donde realizar su vida se vaya a producir un perjuicio social para las personas. La filósofa estadounidense Martha Nussbaum, en un trabajo que publicó hace varios años donde trataba de ampliar el concepto de justicia, sostiene la importancia de que el ser vivo “persista y florezca como la clase de cosa que es”. No es tanto un asunto de derechos o de buena imagen, sino del principio aristotélico de dejar ser lo que es y que tenga las condiciones de desarrollar todas sus potencialidades, también para los animales.