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Nuevo concepto – Por José Miguel González Hernández

   

Aunque Antonio Machado ya nos recordaba que “todo necio confunde valor y precio”, este último se puede establecer como la relación monetaria existente en un proceso de intercambio, estableciendo una medida homogénea de valor equivalente, transformada en otro valor. Los precios, en general, retribuyen la inversión. Es la forma de canalizar el retorno de una tasa de ganancia, de acuerdo a los que se ha invertido a la hora de poner un bien o un servicio en el mercado. Se intentará cubrir costes, para luego intentar obtener réditos adicionales. Como información adicional, hay que decir que el precio, normalmente, siempre lo pone el denominado lado corto del mercado. Es decir, por mucho que se quiera vender, si no hay capacitación para poder pagar lo que se pide, la transacción no se produce o, en su caso, se minora y viceversa. Y empieza el ajuste. Tras conocer el dato del IPC, publicado por el INE esta misma semana, y analizar el comportamiento que han tenido los precios en la totalidad del país, se puede comprobar que, mientras que la media nacional se sitúa en un crecimiento anual de 0,3 puntos porcentuales, teniendo como principal protagonista la variación anual de los precios en bebidas alcohólicas y tabaco (+5,6%), seguida de la enseñanza (+1,9%) y de los alimentos y bebidas no alcohólicas (+1,2%), en Canarias, el mismo dato, se sitúa en un -0,4 puntos porcentuales. El signo negativo ni siquiera es revertido por un incremento anual del 15,1% en las bebidas alcohólicas y tabaco, ni por el +0,9% reflejado en enseñanza. Puede más el -6,6% en comunicaciones, el -1,2% en ocio y cultura o el -1,0% en transportes. De forma más concreta y pormenorizada, analizando las rúbricas, la tres partidas donde más caen los precios en Canarias, por poner un límite, son las papas y sus derivados (-11,7%), el azúcar (-10,5%) y las comunicaciones (-6,6%), mientras que, por el lado de las tres partidas donde se experimenta un mayor crecimiento, se ubica el tabaco (+22,6%), el transporte público urbano (+5,2%) y la leche (+4,3%). Estos datos, si estuvieran inmersos dentro de parámetros generalizados del país o si, de repente, nuestro sistema productivo hubiera generado ganancias competitivas debido a masivos procesos de inversión en tecnología y conocimiento, sería óptimo. Pero si tenemos en cuenta que, de todas las comunidades autónomas, Canarias es la única con el signo negativo dentro de la evolución anual de los precios (aunque, nos igualamos con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, con datos que ascienden al -0,1% y -0,4%, respectivamente) y, si correlacionamos el dato con la tasa de paro y evolución de la renta regional, vemos que la explicación más factible se ubica en la debilidad de la demanda. Razones varias: incertidumbre en las relaciones laborales, donde la temporalidad contractual es protagonista; caída generalizada de salarios; falta de capacidad de ahorro, o la disminución progresiva de la Administración pública como agente económico activo. Entonces, toca hablar de deflación. Este concepto se utiliza para definir la caída generalizada y constantes de los precios. Como hemos visto, lo habitual es que se produzca por un retroceso de la demanda de bienes y servicios debido a que provoca que los productores se ven forzados a bajar el precio para tratar de atraer a los compradores. En principio, si todo baja (precios y salarios), pudiera parecer que el poder adquisitivo permanece inalterado, pero tampoco es del todo cierto. La rigidez en el consumo de determinados bienes y servicios no lo permite. Además, el principal riesgo de un proceso de deflación es que la demanda siempre espera que caigan un poco más los precios, retrasando las operaciones de compraventa (pregúntele al mercado inmobiliario, por ejemplo, a ver qué opina), de ahí que puede resultar difícil revertirlo. Entonces, ¿quién gana? Que cada cual defienda su respuesta, pero yo creo que nadie, aunque no me hagan mucho caso…

José Miguel González Hernández es ECONOMISTA