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Primarias y abiertas – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

   

El Partido Socialista ha decidido que su próximo candidato a la presidencia del Gobierno sea elegido en elecciones primarias, y, además, abiertas. Un proceso que se anuncia para noviembre, el mes de la consulta anticonstitucional catalana. La impronta presidencialista de los partidos españoles exige que su máximo candidato sea también su máximo dirigente. Y así ha sido siempre tanto en el Partido Socialista como en el Popular, salvo aquellas traumáticas elecciones primarias de 1998, cuando Josep Borrell se atrevió a enfrentarse al sucesor de Felipe González, Joaquín Almunia.

Su victoria produjo una bicefalia que estuvo a punto de comprometer el porvenir del partido durante mucho tiempo, y que acabó cuando unos oportunos fontaneros compañeros suyos le fabricaron un escándalo financiero que terminó con su candidatura y permitió que el secretario general fuese el candidato. A la vista de esta traumática experiencia, y de la no menos traumática de Trinidad Jiménez en Madrid, cabría pensar que los socialistas estaban vacunados contra este tipo de experimentos.

Pero la inferioridad electoral de Pérez Rubalcaba es muy notoria; a pesar de la crisis, del paro y de los impuestos, los socialistas no remontan; y son muy intensos los deseos de sectores importantes del partido de descabalgar al secretario general, y no solo de los que siguen a Carme Chacón, que, no lo olvidemos, perdió únicamente por 22 votos en el 38° Congreso.

El anuncio de las elecciones primarias socialistas ha traído de nuevo a la actualidad el debate respecto a sus virtudes y sus no virtudes. Y, sobre todo, nos ha permitido comprobar una vez más que la inmensa mayoría de los partidarios de las famosas listas electorales abiertas las confunden con las elecciones primarias. Sin ir más lejos, hace unos años, en una tertulia televisiva, nada menos que Manuel Pimentel, el ministro dimisionario de Aznar, lo hacía en su defensa de las primarias. Y multitud de políticos y periodistas inciden a diario en el mismo error.

Siempre nos han sorprendido las afirmaciones -sin base alguna- de los defensores de las listas abiertas, en el sentido de que estas listas supuestamente doblegan el poder de las organizaciones partidistas y conceden una enorme capacidad decisoria a los electores. Se ha llegado a sostener que tales listas son el requisito indispensable de una auténtica democracia participativa y la solución a los males de la democracia española. ¿Tienen algún fundamento estas afirmaciones? Pues no. Pero vayamos con orden. A diferenciade las listas cerradas, las listas abiertas permiten -se limitan a permitir- que un elector vote a un tiempo por candidatos de partidos distintos, que van juntos en la misma papeleta.

Ya votamos así para el Senado. Aunque en la realidad la mayoría no lo hace, supongamos que los electores mezclan su voto. Lo único que conseguirán es elegir a candidatos de partidos distintos con programas distintos, candidatos que, una vez elegidos, votarán de manera idéntica que sus compañeros de partido, porque estarán sometidos de igual modo a una rígida disciplina de voto y de instrucciones partidistas.

Es decir, el elector habrá elegido simultánea -y contradictoriamente- dos programas electorales diferentes y aún opuestos, que después se enfrentarán irreductiblemente en el Parlamento. Aunque ya advertíamos que la inmensa mayoría de los defensores de las listas abiertas no saben lo que son y las confunden con las elecciones primarias.

Las elecciones primarias, a su vez, son un proceso de elección de candidatos al margen de los aparatos partidistas, de los Comités de Listas o de los Congresos. La elección se abre a un conjunto de ciudadanos: bien a los militantes de carnet en exclusiva, en las primarias cerradas; bien también a los simpatizantes, en las primarias abiertas, que son las anunciadas por los socialistas. En ningún caso al conjunto de los ciudadanos potenciales electores. No tendría sentido que personas ajenas a -o adversarias de- un partido, o, incluso, miembros de partidos rivales, decidieran sus candidatos. Rodríguez Ibarra, el antiguo presidente extremeño, lo ha advertido con contundencia: “Nos pueden terminar haciendo el partido desde fuera”. Entonces, el registro electoral de simpatizantes del partido y su control deviene fundamental, aparte de que pugna con el secreto del voto. En las primarias socialistas para las municipales de Barcelona, por ejemplo, se exigirá que el elector firme un documento reconociéndose en los valores de la izquierda.

En cuanto a los candidatos, no lo podrá ser cualquiera, sino tan solo los que logren reunir los avales necesarios o cumplan las condiciones exigidas estatutaria o reglamentariamente por el partido. Desde ese enfoque, las listas de las elecciones primarias son más que cerradas. Por si fuera poco, estas elecciones permiten elegir, como mucho, a los cabezas de lista: sería imposible utilizarlas para elegir a los miles de candidatos de todos los procesos electorales. Y, una vez elegidos, estos cabezas de lista estarán sometidos igualmente a una rígida disciplina de voto y de instrucciones partidistas.

En resumen, si no nos curamos nosotros, ni las listas abiertas ni las elecciones primarias nos van a curar.