La primera batalla es la del pensamiento. Lo que pensamos, lo que creemos, lo que decimos, lo que transmitimos a los demás. La primera batalla se libra contra nuestro propio pesimismo, contra nuestro descreimiento, contra nuestra falta de fe en las posibilidades del cambio, contra nuestra desconfianza, contra nuestra imaginación domesticada que nos impide, tramposa, ver más allá de nuestra realidad inmediata, de nuestra parcelita.
Tenemos que regenerar nuestro pensamiento, brutalmente dañado por la toxicidad ideológica de un sistema autodestructivo y criminal; autoeducarnos en la confianza hacia los demás. Hacer pedagogÃa en la fe en el propio ser humano, en la necesidad de caminar juntos; desechando el individualismo suicida que nos despeña uno tras otro en el abismo.
Porque es urgente creer en nuestra fuerza y capacidad, en la unidad necesaria para luchar contra este sistema depredador que nos devora, anula y mata, pero más que nunca hay que creer en los otros, en la bondad, en la justicia, en la solidaridad, en la honestidad, en la buena fe, en la voluntad de servicio; en los valores que nos construyen por dentro, que nos alegran la existencia, que nos permiten descansar con la conciencia en calma por haber actuado como seres humanos de bien.
Porque, ¿qué clase de mundo podemos construir si no confiamos en los demás; si no podemos darnos la mano y andar juntos; si no podemos apenas delegar; si no creemos en la buena polÃtica; si no recordamos a los que nos precedieron, insobornables, hasta morir en la lucha por la justicia social, por el ser humano? ¿Qué nos deparará un futuro sin fe en los otros, sino cinismo, competencia, oscuridad, insolidaridad y barbarie? Da terror imaginarlo.
Hay que trascender de la confianza recluida en la casa familiar y en el entorno más inmediato. Hay que salir y gritar a los cuatro vientos el amor. Hacer apostolado en los valores del ser humano para contrarrestar y desterrar la destructiva filosofÃa de la desconfianza. Creer contra viento y marea en los demás. La primera batalla es la del pensamiento. Confiar y merecer la confianza. Recuperar el gran amor por los otros.
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