Resulta que las 85 personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población. El dato ha causado el natural escándalo, más allá de un análisis más pormenorizado. Pero, ¿de verdad deberÃamos escandalizarnos? A mÃ, qué quieren que les diga, no me preocupa quién tiene el dinero, sino lo que haga con él. En los paÃses llamados socialistas, toda la riqueza del paÃs pertenece al Estado, para satisfacción de muchos que presumen de igualitaristas. Para ellos, ese monopolio patrimonial del Estado garantiza precisamente que no haya excesos de unos en detrimento de otros. O sea, que lo importante no es quién sea el titular de la riqueza, sino cómo la invierte en beneficio de la sociedad. Por eso, no es reprochable la conducta de algunos de los más ricos, como Bill Gates o Warren Buffett, que ponen su dinero a producir bienes, crear trabajo y ayudar a los necesitados. Los malvados son otros. Son esos crápulas derrochadores, que nunca han generado ni una sola idea pero disfrutan fastuosamente de la riqueza creada por otros, como los dictadores tercermundistas y familia, la nomenclatura del PC chino, las castas consideradas superiores en algunos paÃses, los polÃticos corruptos…
Si el dinero derrochado por todos ellos se destinase a solucionar los problemas de la población mundial, éstos desaparecerÃan. Lo mismo cabe decir a escala española. Los malvados de la pelÃcula no son esos empresarios productivos (y modestos), como Amancio Ortega o Juan Roig, sino los directivos que han saqueado nuestro sistema financiero, los polÃticos insolventes y manirrotos, los miembros de cientos de consejos de administración que no controlan y un largo etcétera de sinvergüenzas de postÃn.