Ayer regresaron a las aulas los estudiantes tras el preceptivo día de disfrute de los regalos de Reyes. Desconozco la categoría de los presentes recibidos por el presidente del Gobierno central y por el del Ejecutivo canario como para disponer de un día de disfrute antes de su reunión ayer en La Moncloa. En tiempos de rebajas cualquier oferta puede ser admisible. En el PP se debaten entre quienes quieren aferrarse a los primeros datos económicos positivos para tratar de ocultar el aumento de voces de peso en el partido críticas con la nueva ley del aborto y quienes optan por que cada río fluya por su cauce. No cabe duda de que la ocupación, que no preocupación, de una parte considerable de la población canaria y española en estos días pasa por obtener información, no exenta de cotilleo y murmuración, sobre el pasado, el presente y el futuro de Cristina de Borbón y Grecia. No deja de ser peculiar que el abogado defensor de la infanta, Miquel Roca, haya sido líder de uno de los partidos nacionalistas que ahora abogan por la independencia de Cataluña. Un agnóstico nacido en tierra gala y uno de los siete padres de la Constitución del 78. En la sede nacional del PP, conocida como Génova 13, quizá hayan recibido un mensaje en el contestador, de corte papal, mientras estaban rezando el rosario. “¿Qué andarán haciendo que no pueden atender?”. Me inclino a pensar que en el momento de la llamada estaban inmersos en este otro juego de la infancia: “Luis robó pan en la casa de San Juan”. “¿Quién?, ¿yo?”. “Sí, tú”. “Yo no he sido”. “¿Entonces, quién?”. Y así, uno por uno, hasta el agotamiento. No es de extrañar que no escucharan el teléfono. La corrupción, del ámbito que sea y provenga de donde provenga, se ha asentado, tras el desempleo, como la segunda preocupación de los españoles. La lista de condenados e imputados por corrupción se alarga sin freno. Si a estos se unen los que respiran por no ser aún descubiertos, para su recuento se termina antes proponiendo a los dirigentes y cargos de los diferentes sectores del poder que en lugar de levantar la mano los que estén pringados, que lo hagan aquellos que aún no estén salpicados. Así acabaremos antes.