Reconozco que siempre he sentido un enorme respeto por todos aquellos que optan por una militancia activa en un partido democrático en el PaÃs Vasco. Creo poder atisbar cuánto se han jugado en lo referente a su seguridad personal, a su tranquilidad, a su convivencia con otros; alguna vez he sido testigo presencial de ello. Escribo cuando se conmemora otro aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, el bravo teniente de alcalde donostiarra del Partido Popular. Aquel dÃa, 23 de enero de 1995, tuve que modificar el programa de televisión que dirigÃa, Mesa de Redacción, y, con lágrimas en los ojos, escuchar testimonios que me helaban el corazón: admiré mucho, sin resquicios, a la persona y al polÃtico. Ahora, lo que me hiela el corazón son otras cosas, que me hacen pensar que si Goyo levantara la cabeza, la hundirÃa nuevamente entre los hombros para no ver algunas actitudes.
De los que fueron suyos y de otros. Por ejemplo, la pelea algo fratricida entre quienes se reclaman sus herederos polÃticos, incluyendo algún familiar directo; o la escisión oportunista que supone alguna formación polÃtica recién inventada; o las ganas que algunos parecen tener de mantener el fantasma de una ETA a la que pintan como vencedora cuando claramente la banda está más que derrotada. Tengo que decirlo, y sé que ello siempre me acaba costando algún desgarro procedente de amigos: las vÃctimas de la banda del horror son nuestros héroes, entre otras cosas porque son nuestros abanderados; todos hemos sido un poco vÃctimas de ETA y ellos nos representan. Pero eso no faculta a quienes encabezan las asociaciones respectivas ni a intervenir en los actos del Gobierno ni, menos, a descalificar en los peores términos cualquier decisión judicial que no les guste. Eso, en el fondo, es boicotear la división de poderes y solo contribuye a debilitar el sistema frente a quienes tanto quisieran verlo destruido. Estoy seguro de que Gregorio Ordóñez, fogoso como era, no hubiese, sin embargo, seguido jamás esta lÃnea. De la misma manera que estoy convencido de que el sensible Goyo estarÃa, si levantara la cabeza, destrozado ante algunos alfilerazos, puñaladas o desdenes que se cruzan aquellos que, sin embargo, con tanto heroÃsmo han defendido siempre sus ideas, en el PaÃs Vasco y fuera de él. Y perdonen que no dé nombres: no estoy de humor en un dÃa que me ha traÃdo tantos recuerdos.