Uno de los pocos dilemas domingueros para los que vivÃamos en La Orotava hace ya una buena porrada de años era decidir a qué cine Ãbamos, al de Arriba o al de Abajo, o sea, al Cine Orotava o al Teatro Atlante. Hablamos de una época, en el caso que a mi generación nos concierne, en nuestra más tierna preadolescencia, donde el ocio dominical se limitaba al propio cinematógrafo e ir a Los Cuartos con tu padre a ver jugar a los copos -y a veces, cuando se terciaba, a echarte medio pollo por las tierras de Acentejo, regado, eso sÃ, con buen Orange Crush-. Después de devorar cientos de pipas, pastillas de goma y algún que otro comeycalla -alguien llamaba acertadamente asà a los ligeros Maltesers-, la sobremesa de amigos en el banco situado justo al lado del carrito de Eusebio, en plena plaza del Kiosco, se inquietaba durante el debate para elegir pelÃcula. La mar de veces, la decisión se decantaba por las testosteronas que empezaban a aflorar y las chicas que comenzabas a conocer, otras por el actor de moda, o por si la peli era de risa o incluÃa muchos mamporros. En los cines de pueblo los estrenos se suponÃan relativos, podÃas ver desde la última de Bruce Lee, pasando por alguna de Sandokán o el Corsario Negro, hasta llegar, por mentar una que recuerde, a Tres sargentos, con Frank Sinatra y el resto de su pandilla haciendo el indio. Si ibas al Cine Orotava, al de Arriba, lo habitual pasaba por subir a sentarte en las primeras filas del anfiteatro, no sin antes comprarte unos cuantos paquetes de millo en la cantina -marca Churruca, por supuesto-, y si la pelÃcula no convencÃa, dedicarte a amargarle la vida al personal del patio de butacas, tirándoles a voleo esos pequeños y suculentos misiles, siempre con un ojo puesto en el acomodador y su reveladora linterna. Si me daban a elegir, preferÃa el Teatro Atlante, mucho más discreto y acorde con mi habitual querencia a la timidez. Cuando entrabas en el recinto de la calle de Juan Padrón, veÃas siempre a la pantalla enfrente, al contrario que en el Cine de Arriba, donde una vez accedÃas te encontrabas con los asientos -y los espectadores- de bruces. Además, el suelo de madera del Atlante te permitÃa hacer uno de los ejercicios que más echo de menos en las salas de cine: el pataleo, saludable actividad que emprendÃas cuando la pelÃcula se cortaba, lo que era algo normal, o cuando el bueno se habÃa cargado al malo y salvado de paso a la chica. Y encima, para completar la terna para decantarse por el Atlante, estaba -aún lo está- el Lobato y sus perritos calientes a pocos metros… Otro mundo, otra época, desde luego ni mejor ni peor que la de ahora, llamémosla distinta. Hoy, el Cine Orotava se llama Teobaldo Power y el Teatro Atlante es un amasijo de escombros, y la Villa tiene unos modernos multicines en un centro comercial en las afueras del casco. Sin embargo, mañana domingo, como si nos metiéramos en una máquina del tiempo -la de H.G. Wells estarÃa bien-, La Orotava retrocederá unas décadas de la mano del colectivo cultural La Escalera para volver a disfrutar del cine de toda la vida. Una buena ocasión para decirles a los amigos: ¡vamos a la sesión de las cuatro!