Manos manchadas de tanto dibujar y escribir; la costumbre de aquellos como él. En su círculo no existe racismo, diferencia o color. Allí son todos iguales, líneas que se forman en espacio y tiempo, en intervalos sin coincidencias. Siluetas que conforman a cada persona, con un grosor menor según se hacen más viejos: los menores, como si en negrita estuvieran, sin desgaste. Y dentro de su crecimiento, su experiencia. A simple vista, parece que él ha vivido espléndidamente, sin problemas ni piedras en el camino. Al menos, eso cuenta su curiosa carta de presentación. Curiosa y original. Es a lápiz. Su cuerpo estaba escrito con grafito, contando su historia. Una biografía andante, su propia vida en cuerpo, nunca mejor dicho. Más de diez mil palabras que podían separarse por capítulos para conformar un libro. La manera en la que él muestra quién es supera la ficción, la irrealidad, lo incongruente. Estaba hecho a lápiz, silueteado perfectamente en un folio inexistente, transparente. Como un boceto, a tamaño real, que tenía voz, visión e idioma propio. Una nueva civilización recién descubierta. Él, Graphite. El hombre de grafito. Leer sus líneas o, incluso, entre líneas, es un placer. Cualquier persona querría vivir lo que él ha sentido, ha tocado, ha tenido. Pasar un día cualquiera de los que describe en su novela corpórea, como de cuento, fantasía o sueño. Y tras días leyendo, llegó el último punto que había escrito hasta entonces, dejándome la miel entre los labios sin un claro final. Al lado del punto, el único toque de color de su cuerpo: un cubo rosa. Como si de la uña del meñique se tratara. Desconocía lo que tal elemento podía ser, aunque a mis ojos era una goma. A mi tacto, también se lo parecía. Comprensibles ahora los borrones que encontraba en la lectura, de vez en cuando. Lo perfecto, también: se escribía a su antojo. A diferencia de cualquier mortal, lograba eliminar de sí mismo lo que no le interesaba o disgustaba. Lo malo de sus ahora no recuerdos, lo que nunca nadie sabría. Ni él. Graphite, el hombre de mentira, de borrones. Hecho de historias anónimas. Artificial, imperfecto. O perfecto, según cómo se mire… o quién. Lo que muestra su cuerpo, sus manos. Las nuestras, manchadas de tinta. Nosotros, hechos a bolígrafo. ¿Nuestra goma? Cicatrices…