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LA PUNTA DEL VIENTO >

Lo maté sin querer – Por Agustín M. González

   

Me avisó mi mujer por teléfono. Fue ella la que lo encontró tirado en el suelo, en medio de la cocina. Estaba muerto, con la cabeza aplastada. Había sido un golpe fulminante: no sufrió. Me apenó la noticia inesperada, pero más la hipótesis contundente de mi mujer: “Seguro que fuiste tú”. Fue una afirmación; sonó a acusación. “¡Yo!”, exclamé. “¿Por qué dices eso?”, le pregunté asombrado. Mi mujer me respondió con la certeza de un detective: “El cuerpo, con evidentes signos de violencia, estaba al lado del cubo de la basura, por lo que seguramente, y a la vista de las horas ya transcurridas, como muestra el charco de sangre seca alrededor de la cabeza, acabaste con él cuando fuiste a coger la bolsa para tirarla al contenedor”. Mentalmente rebobiné mis movimientos de las últimas horas en busca de una explicación o una coartada. Tuve que reconocer que, a priorísticamente, la tesis de mi mujer no solo era posible, sino difícil de rebatir. Sus sospechas estaban bien fundadas. Sin embargo, yo no recordaba nada más allá de la rutinaria extracción, traslado y depósito de la bolsa de basura doméstica. No recordaba haberme cruzado con la víctima; hacía días que no nos tropezábamos, a pesar de que sabía de que se escondía en la casa. Pero, si yo no fui, ¿quien había sido? Seguí con mi rebobinado mental: mi hija no pudo ser porque se pasó toda la tarde delante del ordenador sin levantar el culo, preparando un trabajo de diseño gráfico para clase. Mi mujer tampoco: entre las tres telenovelas seguidas y las correcciones del tocho de exámenes de sus alumnos apenas salió de la sala. Obviamente, mi hijo también estaba descartado porque está estudiando en Madrid. Otras posibles opciones invalidadas: mi cuñado no vino ese día a traerme las naranjas que me prometió; tampoco había estado de visita mi suegro, porque era sábado y los fines de semana se marcha con su mujer para El Médano, en busca de sol y playa. Chica del servicio doméstico no tenemos, por obligado recorte de gastos. Pensar en sospechosos externos, como el butanero, era del todo imposible porque en casa hay cocina y termo eléctricos. Entonces.., no cabía la menor duda. Tenía que aceptar que, muy a mi pesar, yo era el principal y único sospechoso de aquella muerte… Yo había asesinado… al pobre perenquén. Lo maté, sin querer… pero lo maté.